Los primeros rastros humanos en la actual República de Austria corresponden al período paleolítico; luego el territorio fue ocupado por diferentes etnias. Hallstatt (localidad situada al norte), dio nombre a la cultura principal de la Edad de Hierro (del 800 al 450 a.C.). En el origen de la cultura Hallstatt no se puede determinar un sólo pueblo como impulsor de la misma; la desarrollaron los ilirios y los vénetos (entre otros pueblos), pero su mayor crecimiento es atribuido a los celtas, por su gran conocimiento en la producción y técnica del hierro. Este metal permitió construir vehículos, que agilizaron el cruce de los Alpes y aumentaron el intercambio comercial. Los arqueólogos hallaron en la región 2.000 tumbas de hombres trabajadores de las minas de sal. La ganadería, adaptable a la altura, suplantó a la agricultura; la sal se usó para conservar la carne, lo que incrementó su consumo.

En el 400 a.C. tribus celtas invadieron los Alpes orientales, fundando el reino de Nórica; en el oeste la antigua raza de los retios permaneció en sus tierras. Poco más tarde, el Imperio Romano se instaló en la región, atraído por los yacimientos de hierro y por su importancia estratégico-militar. Las tropas romanas ingresaron pacíficamente y conquistaron el país en el 15 a.C. Retia, Nórica y Panonia devinieron provincias de Roma –subdivididas en municipios– y el imperio se extendió hasta el Danubio, mediante una amplia red de caminos. La «pax romana» terminó con la invasión de tribus germánicas entre el 166-180 d.C. Aunque el emperador Marco Aurelio las rechazó, la región no recuperó su prosperidad. Entre las centurias 300 y 500, se reiteró el asedio de los hunos y los alamanes, lo que puso fin al imperio en el Danubio.

En el siglo V, según registros escritos de la época, el territorio fue invadido sucesivamente por tribus germánicas: rugios, godos, hérulos, longobardos (lombardos). En el 488, parte de los pobladores de la arrasada provincia de Nórica fueron obligados a emigrar a Italia. Emigrados los lombardos en el 568, los bávaros (originarios de Bavaria) –bajo influencia política de los francos– llegaron a Avar en el siglo VI d.C, tras sucesivas luchas con tribus eslavas. Muerto el rey franco Dagoberto I, los duques bávaros obtuvieron virtualmente independencia. El cristianismo sobrevivió a través de misioneros romanos que permanecieron en el oeste de la región y por el apoyo de los duques. Amparados por las iglesias de Salzburgo y Passau, dirigidas por los apóstoles eslavos Cirilo y Metodio, los bávaros se expandieron militar y económicamente durante el siglo VIII.

Carlomagno, rey de los francos, depuso al duque bávaro Tassilo III y, entre el 791 y 796, anexó tierras de los ávaros, al sur de su reino. Los ávaros, –nómades de montaña posiblemente procedentes de Asia Central, constructores de un imperio en Europa del este, entre los siglos VI y IX–, que sobrevivieron fueron obligados a asentarse en el oeste de la Baja Austria –entre los ríos Fischa y Leitha– y pronto desaparecieron de los registros históricos, probablemente al mezclarse con los nativos. Carlomagno asumió en el 800, bajo el modelo de rey y emperador cristiano, como Sacro Emperador Romano. A su muerte, el imperio se disgregó, pero las monarquías medievales germanas –igual que las francesas– retomaron las tradiciones constitucionales del imperio carolingio.

A fines del siglo IX invasores magiares tomaron control de las tierras bajas hasta el río Enns y de Estiria hasta Koralpe. Los germanos y los eslavos continuaron asentándose y, con el comienzo de la expulsión de los magiares, en el 955, bajo el rey germano Otto, se dio la re-germanización del territorio.

En Austria entre los siglos X y XIII –período hegemónico de los Babenberg– el Papa y el Sacro Imperio Romano litigaron repetidamente por la investidura, a fin de obtener el control de la iglesia alemana. Los reformistas ganaron terreno y fundaron los monasterios de Gottweig, Lambach y, en Estiria, Admont. La corte de los Babenberg conservó los ducados de Austria y Styria, se expandió al norte y al sur, y realizó asentamientos adentrándose en bosques y regiones montañosas. La colonización varió la tasa de población germanoparlante y, salvo en algunas regiones alpinas, los eslavos fueron gradualmente asimilados, así como las poblaciones romanas de Salzburgo y del norte del Tirol.

La lengua germana se expandió, favorecida por la atracción de los Babenberg hacia los principales poetas germanos. La historiografía proliferó en los monasterios y, en el siglo XIII, la saga de los Nibelungos fue escrita por un poeta austríaco desconocido. En esa época, Austria vio florecer la mejor arquitectura románica y gótica.

A la muerte de Frederick II, los dominios Babenberg fueron políticamente codiciados por sus vecinos. Premysl Otakar II, de Bohemia, fue rey en 1253, con la oposición de la nobleza austríaca, pues instituyó a extranjeros en posiciones oficiales, destruyó fortalezas construidas sin su consentimiento y disolvió su matrimonio. Rodolfo IV de Habsburgo ascendió al trono de Alemania, en 1273, y desplazó a Otakar con la ayuda de los húngaros.

Los Habsburgo –rechazados en principio por la nobleza local y los vecinos– mantuvieron control de sus dominios. En 1322, luego de varias derrotas de los suizos –en particular la de Federico I, a manos de Luis IV de Baviera– tambaleó el control del sur del Rhin y del lago Constanza. Federico, quien vivió en Austria los últimos años de su vida y fue enterrado en el monasterio cartujo de Mauerbach en 1330, fue el primero de su dinastía en consagrar a Austria como hogar para los Habsburgo. El gobierno y los territorios fueron conocidos como dominium austriae, concepto que se sustituyó por el de Casa de Austria; la consolidación de la misma se dio por herencia y alianzas matrimoniales. Luego de la muerte de Federico III, Maximiliano I heredó la Casa de Austria y el Imperio Alemán. Su hijo Felipe I, casado en 1496 con la infanta Juana, se garantizó el trono de España. Un famoso hexámetro de la época rezaba: «Deja que otros hagan guerras: tu, afortunada Austria, cásate».

El deseo de expandir el luteranismo, respaldado por familias de la nobleza, involucró al Sacro Imperio en conflictos armados. En 1521, la propaganda protestante era impresa en Viena y la prohibición de su difusión en 1523 no tuvo efecto. Hubo levantamientos campesinos en el Tirol, Salzburgo e Inner-Österreich. Los anabaptistas (opuestos al bautismo de los niños, quienes de adultos se rebautizaban), si bien lograron gran adhesión entre los campesinos, carecieron del apoyo de los círculos de poder, por lo que terminaron siendo perseguidos. En 1528, en Viena, fue quemado en la pira Balthasar Hubmaier, líder reformista del Danubio y del sur de Moravia. En 1536, en Innsbruck, fue muerto de la misma forma el tirolés Jakob Hutter, tras introducir a sus seguidores en Moravia.

Muerto el rey Jagiellon de Bohemia y Hungría, Viena vio la ocasión de ampliar el poder de los Habsburgo, que sostenían como imperativo político la unión de Austria, Bohemia y Hungría. Fernando I se proclamó rey de Bohemia en 1526, pero sus tropas fueron rechazadas, con ayuda de los turcos, cuando intentó imponerse a los húngaros. El Tratado de Paz de Constantinopla de 1562 dividió Hungría en tres posesiones: el norte y el oeste, de los Habsburgo; el centro, de los turcos; y Transilvania, y territorios aledaños, del húngaro Janos Zapolya y sus sucesores.

La Contrareforma ingresó a Austria por vía de los jesuitas, fuertes en Viena, Graz e Innsbruck, y con el impulso de Melchior Klesl, administrador apostólico de Viena, luego obispo y cardenal, así como figura clave de la política austríaca. Maximiliano II –sucesor de Fernando I como emperador de Bohemia, una parte de Hungría y el Danubio austríaco– de inclinaciones protestantes, prometió a su padre mantener la fe católica. Rodolfo II, educado en España en un catolicismo estricto, lo sucedió expulsando a los protestantes de la corte, y encomendó a Klesl la conversión de ciudades y mercados. La Contrareforma causó la emigración masiva –incluso de miembros de la nobleza– a estados protestantes y ciudades imperiales del sur de Alemania.

La controversia católico-protestante sufrió altibajos que hicieron inevitable la guerra. Muerto el emperador Matías en 1619, Fernando II –un año antes nombrado rey de Bohemia y Hungría– lo sucedió como cabeza de la casa Habsburgo, y trató de imponer el catolicismo. La Baja Austria pretendió la renuncia de Fernando a Bohemia mediante un tratado de paz y demandó concesiones religiosas. Los bohemios fueron obligados a retractarse y tropas imperiales ocuparon el territorio.

El mismo año la legislatura (Dieta), de mayoría protestante, depuso a Fernando unilateralmente y eligió a Federico V para el trono de Bohemia. Dos días más tarde Fernando II fue nombrado Sacro Emperador Germánico Romano; como brazo secular de la Iglesia se comprometió a continuar imponiendo el catolicismo. El conflicto por la corona superó los límites del Imperio y desencadenó sucesivos conflictos armados, conocidos como la Guerra de los Treinta Años.

España –en guerra en los países bajos para sostener el catolicismo– Bavaria y Sajonia se unieron a Fernando II. Tras cinco años el ejército bohemio fue vencido, y un edicto imperial sometió a la Dieta. El catolicismo se impuso por la fuerza y los protestantes emigraron a Alemania, invadida en 1630, por tropas imperiales del rey de Suecia Adolfo II, quien sumó a la causa anti-católica y anti-romana a príncipes alemanes. Alemania fue de ahí en adelante el nudo gordiano de la guerra y no existió trono de Europa continental ajeno al conflicto, que sumó a Francia, Polonia y Dinamarca.

En 1648 la Paz de Westfalia puso fin a la Guerra de los Treinta Años y marcó un nuevo orden en Europa. Holanda se convirtió en una república independiente, y los estados del Sacro Imperio Romano consiguieron total soberanía. Se abandonó la noción que regía sobre Europa, de un imperio católico –liderado espiritualmente por el papa y secularmente por el emperador– y quedó establecida la estructura moderna de una comunidad de estados soberanos.

Leopoldo (heredero de Fernando II), amenazado por rebeldes húngaros y por el Imperio Otomano (con el que existían disputas fronterizas), realizó una Alianza con Polonia. En 1683 Viena fue sitiada por los turcos: fuerzas de Bavaria, Sajonia, Franconia y Polonia –dirigidas por el rey polaco Juan III– dispersaron a los sitiadores. En 1685, el emperador firmó un pacto con Polonia y la República de Venecia, e instauró la Santa Liga.

Entre los siglos XVII y XIX, los Habsburgo se involucraron en todos los conflictos europeos, varios debidos a querellas dinásticas. Con la Revolución Francesa cambió la índole de las disputas. Las Guerras Napoleónicas desmantelaron el Imperio Austríaco y sólo la abdicación de Napoleón en 1814 permitió a la Casa de Austria recuperar sus dominios. Para impedir un rebrote revolucionario, Clemens Metternich (canciller austríaco) creó en el Congreso de Viena de 1815 la Santa Alianza de las potencias europeas, que defendió principios autoritarios cristianos y, la intervención extranjera contra movimientos liberales.

En 1848 las repercusiones de la Comuna de París llegaron a Austria y estalló la rebelión en Viena, que exigió la liberalización del régimen. Metternich dimitió, pero en lugar de restaurar la calma, desencadenó la revolución en todo el imperio. Simultáneamente, en Hungría el gobierno liberal reclamó independencia y en Alemania la revolución instaló una Asamblea Nacional en Francfort, integrada por liberales y conservadores austríaco-alemanes interesados en separar el imperio Habsburgo. El Emperador aceptó las peticiones de Budapest, excepto dos aspectos clave: la autonomía presupuestaria y militar. El Parlamento húngaro declaró nulo el poder de los Habsburgo y proclamó la república en 1849; pero poco después la revolución fue aplastada.

Desde el siglo XVIII, período conocido como Siglo de las Luces, hasta el XX, Asutria fue cuna y cobijo de algunas de las más grandes figuras del arte y el pensamiento europeo: Joseph Haydn, Wolfgang Amadeus Mozart y Franz Schubert en música; pensadores como Sigmund Freud (fundador del psicoanálisis) o el filósofo Ludwig Wittgenstein.

La contrarrevolución anuló la asamblea de Francfort, pero el litigio austro-prusiano perduró. El imperio Habsburgo se debilitó; perdió y cedió sus dominios, hasta que desapareció en 1918, luego de su derrota en la Primera Guerra Mundial. Ese mismo año, una asamblea nacional declaró estado independiente la Austria alemana y, tras la abdicación del Emperador, proclamó la república Austro-germana como parte de la República de Alemania. El socialista Karl Renner encabezó el primer gobierno republicano, en coalición con el socialdemócrata Otto Bauer,

El caos económico y el hambre heredados de la guerra forzaron al gobierno a enfrentar –sin pactar con el viejo régimen– el malestar social y el activismo comunista, inspirado en la revolución rusa de 1917 y en la de Hungría de 1919. Renner y Bauer, por su prestigio personal, evitaron dos golpes de Estado dirigidos por los comunistas. La socialdemocracia, que tenía el apoyo campesino y conservador, poseía mayoría en Viena (habitada por un tercio de la población), mientras que el nacionalismo alemán se nutría de la clase media urbana.

La Sociedad de Naciones apoyó la recuperación económica en la posguerra, con la condición de mantener la independencia del país, e impedir la unión con Alemania. En 1922 el gobierno estabilizó, mediante un préstamo, las finanzas hasta la gran depresión de 1929, en que casi colapsó la economía austríaca. Una unión aduanera con Alemania fue violentamente rechazada en el ámbito europeo. Con el ascenso del nazismo, el nacionalismo alemán en Austria dio señales de fortaleza política. En 1932, el gobierno socialcristiano de Engelbert Dollfuss intentó un cambio autoritario y enfrentó a la socialdemocracia y al nazismo. Los socialdemócratas se rebelaron y fueron ilegalizados, y los nazis asesinaron a Dollfuss, en 1934, tras un fallido golpe de Estado.

La crisis interna y la debilidad del Gobierno austríaco facilitó la invasión de tropas alemanas en 1938, no resistida por las potencias europeas. Ese mismo año, un plebiscito en la Alemania ampliada registró más del 99% a favor de Hitler. Tras su derrota en 1945, Austria se dividió en cuatro zonas ocupadas por tropas de EEUU, Francia, Inglaterra y la URSS.

Entre 1945 y 1952 Austria luchó por su sobrevivencia, ya que tras liberarse de los nazis sufrió un severo colapso económico, que superó gracias a la ayuda de la ONU y, de EEUU bajo el Plan Marshall. La industria pesada y la banca fueron estatizadas en 1946 y la inflación se controló por acuerdos de precios y salarios. La interferencia de comandos militares en los asuntos políticos y económicos dentro de la zona soviética de ocupación, causaron una considerable migración del capital y de la industria, de Viena y la Baja Austria, hacia las zonas agrícolas de los estados del oeste. Esta migración determinó a la larga un cambio trascendente en la estructura económica y social del país.

Conservadores y socialistas co-gobernaron la Segunda República de Austria, que no logró plena independencia hasta 1955, con el Tratado de Estado y la retirada de las tropas aliadas. Ese mismo año el país se incorporó a la ONU y, en 1956, al Consejo de Europa. A partir de entonces la política exterior giró en torno al litigio con Italia sobre el Sudtirol (Bolzano), resuelto en 1969, y a la asociación con la Comunidad Económica Europea (CEE).

El co-gobierno finalizó en 1966, al asumir el Partido Popular. En la posguerra, Austria no integró ninguna alianza militar, y acogió con liberalidad, durante la Guerra Fría, refugiados políticos de Polonia, además de permitir el tránsito de emigrados judíos soviéticos. El Partido Socialista (SPÖ), ganó ajustadamente en 1970 y, Bruno Kreisky (judío agnóstico, nacido en Viena), gobernó en minoría. Entre 1971 y 1975, el SPÖ monopolizó el gobierno, gracias a la estabilidad económica y a una política de reforma social moderada. Kreisky renunció en 1983, al perder mayoría el SPÖ. En coalición con el Partido de la Libertad (FPÖ), el SPÖ mantuvo la política de bienestar social y la neutralidad en el plano internacional.

En la última década del siglo XX el ultranacionalista FPÖ, liderado por Jorge Haider, se convirtió en la segunda fuerza política de Viena. Haider fue destituido en 1991 como gobernador de Carintia, por alabar la política de pleno empleo del Tercer Reich. Además, acusó a los extranjeros residentes en Austria de «robarle» el trabajo a los austríacos. En un libro de amplia difusión, Hans Henning Scharsach, mostró las similitudes entre Haider y Hitler. El ascenso de Haider coincidió con el debate sobre la responsabilidad austríaca en la Segunda Guerra Mundial. En 1992, tras reiterados ataques a residentes extranjeros, el gobierno adoptó una ley de castigo a las actividades neonazis. El mismo año, Thomas Klestil, del ÖVP, fue electo presidente.

Un referéndum en 1994 decidió la entrada a la UE. Teóricamente esta integración no afectó la condición neutral del país. Casi 1600 compañías quebraron en 1996, lo que fue asociado al ingreso en la UE, que aumentó la competencia económica. La Alianza de Libertad (encabezada por el FPÖ), igualó al SPÖ en el Parlamento Europeo, superando al ÖVP. Vranitsky renunció en 1997 y lo sustituyó Viktor Klima, artífice de un plan de austeridad económica. En 1998, Klestil fue reelecto a la presidencia.

Haider reconquistó la gobernación de Carintia y reafirmó al FPÖ como segunda fuerza, en 1999. Los verdes obtuvieron 13 legisladores, cantidad insuficiente para aliarse con el SPÖ. Klima aceptó una alianza entre conservadores y liberales. Aunque Haider no integró el gabinete, 14 socios de la UE decidieron en 2000 restringir la diplomacia y no respaldar candidatos austriacos en la Unión u otros organismos internacionales.

Austria accedió a indemnizar a los judíos víctimas de los nazis en la Segunda Guerra Mundial, en enero de 2001. En noviembre, tras largas disputas con la República Checa, el canciller Schüssel y el gobierno checo acordaron medidas legales para el monitoreo en la central nuclear de Temelin –a 60 km. de la frontera austriaca–.

Ese mismo año el 15% del electorado austríaco firmó una petición del FPÖ, que reclamaba negar el ingreso de la República Checa a la UE, y el cierre de la central de Temelin.

En setiembre de 2002, Schüssel llamó a elecciones adelantadas luego de que la vice-canciller (y líder del FPÖ), Suzanne Riess-Passer, el ministro de finanzas Karl-Heinz Grasser y otros dos miembros abandonaron la coalición por una disputa política con Haider.

Una nueva coalición de los conservadores con el FPÖ, avalada por conversaciones previas de Schüssel con los socialdemócratas y el Partido Verde, se consolidó en febrero de 2003. En octubre, se aprobó un paquete de leyes sobre asilo que fueron vistas como de las más restrictivas de Europa.

En las elecciones presidenciales de abril de 2004 resultó electo Heinz Fischer, del SPÖ, con el 52.4% de los votos. La canciller y candidata conservadora Benita Ferrero-Waldner obtuvo el 47.59 %.

Haider anunció en abril de 2005 la conformación de un nuevo partido político, la Alianza para el Futuro de Austria (AFA), tras divisiones en el Partido de la Libertad que amenazaron la perdurabilidad de la coalición de gobierno. Todos los ministros que militaban en el PL pasaron a la AFA. En mayo de ese año, el parlamento ratificó la constitución de la UE.

Schüssel declaró, en enero de 2006, que pese al rechazo de Holanda y Francia a la Constitución de la UE en 2005, aún era posible revitalizar el texto.

En julio de 2007 comenzó a estudiarse un proyecto de ley para fijar, por primera vez en la historia, un salario mínimo en el país. El mismo ascendería a 14 pagas anuales de 1.167 euros, de aprobarse, Austria se convertiría en el vigésimo primer miembro de la UE en fijar salario mínimo.