Irak ocupa el territorio de una de las más antiguas civilizaciones de Occidente. La Mesopotamia fue el lugar donde se desarrollara, hacia el año 5000 a.C., la cultura sumeria. En 2371 a.C., el rey Sargón de Akkad tomó el control de la región y estableció la primera Dinastía asiria. El Imperio Asirio expandió sus dominios incluyendo las modernas Turquía, Irán, Siria e Israel, hasta derrumbarse en 612 a.C. con la caída de su capital, Nínive (la actual Mosul) y ser sustituido por la civilización babilónica. El rey Hammurabi (que habría gobernado entre 1792-50 a.C.) hizo de Babilonia su capital y creó el primer código legal. Nabucodonosor II (circa 605-562 a.C.), un magnífico constructor, desarrolló los jardines colgantes que hicieron de la ciudad una de las más espléndidas de la antigüedad.

La era babilónica vio su fin cuando los persas, al mando del Rey Ciro el Grande, invadieron en 539 a.C. y dominaron la región hasta las conquistas de Alejandro Magno en 331 a.C. Sus sucesores, los seléucidas, gobernaron por 175 años hasta las nuevas invasiones persas comandadas por los partos, que construyeron múltiples canales y sistemas de irrigación. Posteriormente, los sasánidas fundaron una nueva capital en Ctesifón, cerca del Tigris.

Tras las conquistas árabes en el siglo VII (ver Arabia Saudita) Mesopotamia fue el centro geográfico de un enorme imperio. Un siglo después la nueva dinastía de los Abbas trasladó la capital de Damasco hacia el este, donde el califa al-Mansur construyó, a orillas del Tigris, una nueva: Bagdad. Durante tres siglos, la ciudad de Las Mil y Una Noches fue el centro de una naciente cultura.

Desde los griegos, el mundo mediterráneo no había visto tal florecimiento de las artes y las ciencias. Sin embargo, la gran extensión del imperio hizo que, a la muerte de Harum al-Raschid, empezara el derrumbe. Perdidas las provincias africanas, independizada toda la región situada al norte y al este de Persia bajo los tahiríes (Reino de Jorasán), los califas debieron recurrir cada vez más a ejércitos de esclavos o mercenarios (sudaneses o turcos) para mantener el control de un estado que menguaba continuamente. Cuando los mongoles mataron al último califa de Bagdad en 1258, el califato como realidad política ya no existía.

Luego de las conquistas de Gengis Khan, que arrasaron la economía agrícola, la región se modificó profundamente y numerosos estados (turcos, seléucidas u otomanos, mongoles, turcomanos, tártaros o kurdos) se alternaron en el poder. El desplazamiento de pueblos de las estepas (ver Afganistán) trajo gran inestabilidad a la media luna fértil que, luego de la tentativa de Timur Lenk (Tamerlán) en el siglo XIV, desembocó en la unificación bajo el dominio de los turcos-otomanos en el siglo XVI.

Al comenzar el siglo XVI el sunnismo tenía el poder en Irak, bajo el mando otomano. Igualmente, los chiítas del sur (identificados con el régimen iraní) seguían manteniendo gran prestigio, lo que limitaba la autoridad turca. Los esfuerzos estaban dirigidos a mantener abiertas las rutas comerciales (que unían Oriente y Occidente hasta el Mediterráneo) a través del territorio, como alternativa a las rutas marítimas que rodeaban África. Esto significaba enfrentarse a las indomables tribus árabes y kurdas y a los continuos avances iraníes. Suleiman impuso un estricto y directo control sobre el territorio iraquí, buscando cumplir estos objetivos.

A comienzos del siglo XVII, la autoridad de los líderes locales dentro de Irak había crecido notablemente. Por entonces, Bakr Su Bashi, jefe militar de una guarnición con sede en Bagdad, se unió al sha Safavid 'Abbas I, quién logró el control del centro del país. Mientras Mosul y Shahrizor continuaron bajo el dominio otomano la zona central permaneció bajo el gobierno de Abbas I entre 1623 y1638.

El Tratado de Qasr-i Shirin (también llamado Tratado de Zuhab) de 1639 puso fin al conflicto y devolvió el control de Bagdad a los otomanos. Con la excepción de los disturbios tribales, Irak se mantuvo en relativa estabilidad. El sur del país fue definitivamente controlado en 1668 y los problemas que se sucedieron reflejaban lo que acontecía en Estambul, centro del Imperio Otomano.

El siglo XVIII trajo importantes cambios en la región. El gobierno del sultán Ahmed III en Estambul se caracterizó por la calma política y las reformas (influenciadas por el modelo europeo).

En Bagdad, Hasan Pasha (1704-1724), de origen georgiano, fue sucedido por su hijo, Ahmed Pasha (1724-1747), quien introdujo los mamelucos desde Georgia. Eran esclavos, principalmente cristianos del Cáucaso, entrenados para tareas militares y administrativas que, a la muerte de Ahmed, quedaron en el poder nombrando al yerno de éste, Suleiman Abu Layla, primer pasha mameluco de Irak.

Desde la segunda mitad del siglo XVIII, el poder mameluco transcurrió alternando épocas de prosperidad y calma con otras plagadas de problemas internos y corrupción.

Al despuntar el siglo XX, los movimientos partidarios de un «renacimiento árabe» en la región también se notaron en Irak, preparando la gran rebelión que sacudió el dominio turco durante la Primera Guerra Mundial (ver Arabia Saudita, Jordania y Siria). Los ingleses intentaban ampliar su influencia en la región. Derrotados los turcos, la expectativa independentista se frustró cuando se conoció el Tratado secreto Syles-Picot de 1916, por el cual Francia e Inglaterra se dividían los territorios árabes. Faisal, hijo del jerife Hussain, fue expulsado de Siria por lo franceses. La formalización del mandato británico sobre Mesopotamia hizo estallar una rebelión independentista en 1920.

En 1921 el emir Faisal ibn Hussain fue coronado rey de Irak como compensación. En 1930 el general Nuri as-Said, que había asumido como primer ministro, firmó un tratado con los británicos por el cual el 3 de octubre de 1932 el país obtuvo la independencia nominal.

Ese mismo año se firmó el Pacto de Bagdad, que estableció una alianza militar entre Irak, Turquía, Pakistán, Irán, Gran Bretaña y Estados Unidos. El pacto fue resistido por los nacionalistas de Irak. La agitación antiimperialista condujo al golpe militar de julio de 1958, dirigido por el general Abdul Karim Kassim, y culminó con la ejecución de la familia real.

El nuevo régimen disolvió todos los partidos en julio de 1959 y proclamó la anexión de Kuwait. La Liga Árabe, dominada entonces por Egipto, autorizó el desembarco de tropas británicas para proteger el enclave petrolero y frustró el intento.

La colaboración de la URSS y China hizo pensar en Irak como una «nueva Cuba» (hubo intentos de planificación económica, el poder de los grandes terratenientes fue debilitado por una reforma agraria y se restringieron las ganancias de la Irak Petroleum Company). Pero en 1963 Kassim fue derrocado por los sectores panárabes del ejército. Luego de algunos gobiernos inestables, en julio de 1968 un golpe militar instaló al partido Baas en el poder.

Fundado en 1940, el Baas (en árabe «resurgimiento») concebía al conjunto del mundo árabe como una «unidad política y económica indivisible», en la que ningún país, por sí solo, «puede reunir las condiciones necesarias para su vida independientemente de los demás». El Baas proclamaba que «el socialismo es una necesidad que brota de la razón misma del nacionalismo árabe» y se organizaba a nivel «nacional» (árabe), con direcciones «regionales» para cada país.

Irak nacionalizó las empresas extranjeras y defendió la utilización del petróleo como «arma política en la lucha contra el imperialismo y el sionismo». Insistió en la defensa de los precios y en la consolidación de la OPEP. Se decretó la reforma agraria y ambiciosos planes de desarrollo llevaron a invertir los ingresos petroleros en la industrialización del país.

En 1970 el gobierno de Bagdad oficializó el idioma kurdo y dotó al Kurdistán de autonomía interna. Sin embargo, instigados por Irán, los caudillos tradicionales se levantaron en armas. En marzo de 1975 el acuerdo fronterizo irano-iraquí los privó de su principal apoyo externo. Los rebeldes fueron derrotados. Se dispuso la enseñanza del kurdo en las escuelas locales, mayor inversión en la región y la designación de kurdos en altos puestos de la administración pública.

En julio de 1979 el presidente Hassan al-Bakr renunció y fue sustituido por el Vicepresidente Saddam Hussein, que intentó llevar a Irak a un puesto de liderazgo en el mundo árabe.

Hussein rechazó los acuerdos de paz de Camp David firmados entre Israel, Egipto y Estados Unidos, pero sus relaciones con otros países árabes también empeoraron.

Fuerzas iraquíes comenzaron en setiembre de 1980 el ataque a posiciones iraníes, desatando una guerra que duró ocho años. Occidente respaldó a Irak contra el régimen fundamentalista del Ayatollah Khomeini en Irán.

El 17 de junio de 1981, con el pretexto de que Irak se proponía producir armas atómicas, aviones de Israel destruyeron la central nuclear civil de Tamuz.

Durante la guerra, sauditas y kuwaitíes, tratando de frenar el fundamentalismo iraní, otorgaron créditos a Bagdad, que fueron utilizados tanto conflicto como en obras de infraestructura. Se tendió un oleoducto por Turquía como alternativa al que cruzaba hacia el Mediterráneo (cerrado por Siria en solidaridad con Irán) y se mejoraron las carreteras hacia Jordania.

Tras 17 años de ruptura diplomática, en noviembre de 1984 se restablecieron los lazos oficiales con Estados Unidos. Pese a las declaraciones de Washington acerca de su neutralidad en el conflicto irano-iraquí, el escándalo «Irán-contras» (ver Nicaragua) dejó al descubierto el doble juego de la superpotencia.

Por el armisticio de 1988 Irak se quedó con 2.600 km2 de territorio iraní y con un ejército poderoso y fogueado que pronto encontró un pretexto para volver a actuar.

La guerra entre Iran e Irak fue parte del resultado de la compra de armas masivas, por parte de los dos países, durante la década de 1970, en la cual el precio del petróleo había repletado las arcas estatales y Occidente recuperaba su dinero vendiendo armas y tecnología. En 1975, Irán era el mayor comprador de armas estadounidenses. Saddam Hussein tampoco hubiera invadido Kuwait, ni Irak padecido la subsecuente Guerra del Golfo en 1990, de no haber mediado estas importaciones.

El vecino Kuwait extraía de los yacimientos ubicados en la frontera con Irak más petróleo del que le correspondía. Ante un aparente guiño de neutralidad estadounidense, el 2 de agosto de 1990 invadió Kuwait y tomó a miles de extranjeros como rehenes.

Cuatro días después la ONU decidió un bloqueo económico y militar total hasta que Irak abandonara sin condiciones el territorio ocupado. Se rechazó una propuesta de retirada a cambio de discutir los problemas del Oriente Medio en una conferencia internacional. Cuando Irak comenzó a liberar los rehenes e intentar negociaciones, Estados Unidos cerró las puertas al diálogo y exigió una rendición incondicional.

La alianza de 32 países, dirigida por Estados Unidos, atacó el 17 de enero de 1991. Cuando se inició la ofensiva terrestre, en marzo, Saddam Hussein ya había anunciado que se retiraría incondicionalmente. El ejército iraquí no resistió la ofensiva y apenas intentó efectuar una retirada organizada, pero igualmente sufrió grandes pérdidas. La guerra finalizó a principios de marzo con la derrota total de los iraquíes.

Sobre el fin de la ofensiva, Estados Unidos alentó la revuelta interna de los chiítas del sur y los kurdos del norte contra Hussein. Pero las diferencias políticas entre ambos evitaron una alianza y los rebeldes fueron aplastados por el todavía poderoso ejército iraquí. Más de un millón de kurdos buscaron refugio en Irán y Turquía para escapar a las fuerzas de Bagdad; miles sucumbieron al hambre y al frío al llegar el invierno.

En la guerra murieron entre 150 mil y 200 mil personas, en su mayoría civiles. Por los efectos del bloqueo subsiguiente, habrían muerto 70 mil personas más, entre ellas 20 mil niños. A fines de 1991 tanto turcos como iraquíes seguían reprimiendo militarmente a los kurdos de la zona fronteriza.

Las condiciones para el levantamiento del bloqueo se hicieron muy severas, por la voluntad estadounidense de provocar la caída de Hussein. Además, según los periódicos The New York Times y Sunday Telegraph, Estados Unidos introdujo enormes cantidades de dinares falsos a través del contrabando por las fronteras de Jordania, Arabia Saudita, Turquía e Irán. Bagdad impuso la pena de muerte a quienes participaran en tales operaciones.

A fines de 1991, el gobierno iraquí autorizó la supervisión de los centros militares por parte de la ONU. En 1992 se comprobó a existencia del programa de enriquecimiento de uranio, con ayuda alemana. Los equipos de la ONU destruyeron 460 cohetes de 122 milímetros equipados con el gas venenoso sarín. También desmantelaron el complejo nuclear de al-Athir y las instalaciones de enriquecimiento de uranio de Ash-Sharqat y Tarmiyah y la fábrica de armas químicas de Muthana.

En 1994 se abrió un paso fronterizo con Turquía para permitir la llegada de ciertos alimentos y medicamentos autorizados por la ONU, como únicas excepciones al embargo comercial. Sin embargo, en marzo de 1995, tropas turcas ingresaron en el Kurdistán iraquí –bajo tutela militar aliada– para reprimir a miembros del Partido de los Trabajadores Kurdos (PKK).

El aislamiento internacional de Bagdad se agudizó en 1996 cuando Jordania mejoró sus relaciones con Kuwait y Arabia Saudita. Sin embargo, el Consejo de Seguridad de la ONU votó el levantamiento parcial del bloqueo, permitiendo la venta de crudo bajo control, a fin de comprar alimentos y medicamentos para la población iraquí.

En abril de 1997 un informe de la ONU reveló que el número de muertos por hambre o falta de medicamentos debido al embargo excedía el millón de personas, de las cuales 570 mil eran niños. Por su parte, UNICEF afirmó que «un 25% de los niños menores de cinco años padecía desnutrición clínica severa».

En octubre el Consejo de Seguridad amenazó con aplicar nuevas sanciones si no se autorizaba una nueva inspección que verificara que el gobierno iraquí no estaba en condiciones de fabricar armas químicas y biológicas. Irak rechazó la presencia de inspectores estadounidenses, lo que endureció la posición del presidente Clinton, quien, con el solitario apoyo del primer ministro británico Tony Blair, emprendió un ataque con misiles en varias ciudades iraquíes. A partir del 16 de diciembre, la llamada «Operación zorro del desierto» mató a cientos de iraquíes, civiles y militares.

El Consejo de Seguridad aprobó –con la abstención de Rusia, Francia, China y Malasia– en diciembre de 1999 reanudar las inspecciones en Irak y suspender las sanciones económicas si Bagdad cooperaba. Irak, aduciendo que se trataba de un intento de Estados Unidos de imponer su «malvada» voluntad en el Consejo de Seguridad, se negó y exigió el levantamiento de las sanciones.

Al asumir George W. Bush como presidente de EE.UUU, en enero de 2001, anunció que tendría una política dura y que «revigorizaría» las sanciones contra Irak. Luego de los atentados contra Washington y Nueva York de setiembre de ese año, Washington dirigió su mira hacia Bagdad. Bush no obtuvo el apoyo aliado, ni siquiera de Gran Bretaña. A su vez, Saddam Hussein recuperó popularidad en el mundo árabe apoyando a la segunda intifada palestina y proponiendo que, a través del control de los precios del petróleo, los países musulmanes sostuvieran sus reivindicaciones comunes.

En su discurso a la nación de enero de 2002, Bush colocó a Irak, Irán y Corea del Norte en un «eje del mal» y anunció la «necesidad» de atacar Irak, vinculándolo de manera engañosa con la red terrorista al-Qaeda y afirmando que la «peligrosidad» del régimen de Saddam Hussein residía en su «voluntad» de desarrollar armamento de destrucción masiva. 42 En agosto, Blair convenció a Bush de presentar el caso bélico de EE.UU. ante la ONU, en tanto Hussein invitaba al jefe de inspectores de armas de ONU a Bagdad para negociar la inspección de armas.

En setiembre, en la 57ª Asamblea General de Naciones Unidas, convocó a una escéptica concurrencia de líderes mundiales a confrontar el «grave y creciente peligro» iraquí, o dejar actuar a Estados Unidos. Al mes siguiente, Bagdad permitió a la ONU inspeccionar decenas de sitios «sensibles», pero Gran Bretaña y EE.UU. rechazaron el acuerdo, ya que pretendían una nueva resolución que autorizara ataques militares en caso de que Irak no cumpliera con las exigencias.

Respaldados por una nueva resolución de la ONU más acorde a los deseos de Estados Unidos y Gran Bretaña, los inspectores de la armas de la ONU volvieron a Irak en noviembre. El informe, de enero de 2003, no mostraba pruebas de la presencia de armas de destrucción masiva.

Aún sin esas pruebas ni una nueva resolución del Consejo de Seguridad que autorizara explícitamente el uso de la fuerza, Estados Unidos, Gran Bretaña y las fuerzas de la coalición atacaron militarmente Irak en marzo de 2003, ingresando por el sur.

En abril, las tropas estadounidenses ingresaron a Bagdad y continuaron hacia el norte; encontraron fuerte resistencia sólo en las principales ciudades como Kirkuk y Mosul. Los saqueos se generalizaron mientras los aliados buscaban a Saddam Hussein junto a otros 54 «principales».

En mayo de 2003, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas levantó las sanciones económicas sobre Irak. Las fuerzas de ocupación destruyeron las instituciones del partido Baas (representante del régimen de Hussein). EE.UU. anunció el fin de la guerra.

El 14 de diciembre se anunció la captura de Saddam Hussein en un refugio subterráneo. La imagen del ex-líder recorrió el mundo junto a los rumores de que se trataba de un doble.

En febrero de 2004, mientras los chiítas de Basora continuaban exigiendo elecciones directas, Kofi Annan –coincidiendo con la postura del gobierno de Washington y en oposición a la mayoría chiíta– anunció que la mejor solución para Irak sería un gobierno interino (a instalarse no antes de finales de junio). Por primera vez, desde la Segunda Guerra Mundial, tropas japonesas entraron a una zona de conflicto, para ayudar a la reconstrucción del país.

A fines de febrero de 2004, Kofi Annan y el premier japonés, Junichiro Koizumi, anunciaron que las elecciones en Irak podrían realizarse a finales de 2004 o principios de 2005.

Luego de arduas discusiones, el Consejo logró redactar, en marzo de 2004, una Constitución preliminar para gobernar Irak hasta que una asamblea elegida popularmente pudiera redactar una permanente.

Una serie de fotografías que mostraban a soldados estadounidenses abusando físicamente de los prisioneros de guerra salieron a luz entre abril y mayo de 2004. Desde entonces, las pruebas de torturas y malos tratos fueron en aumento.

En junio de 2004, se autodisolvió el Consejo de Gobierno y asumió un gobierno interino. Ghazi Yawer –ingeniero civil educado en EE.UU. y líder tribal de Mosul, al norte del país– asumió como presidente interino. Iyad Allawi, con estrechos vínculos con la CIA, fue nombrado primer ministro. Pese a las medidas, la insurgencia –mediante ataques suicidas y secuestros y, a veces, ejecuciones de funcionarios extranjeros– se intensificó y tuvo su foco principal en Falluja.

En las elecciones para la Asamblea Nacional de Transición, de enero de 2005, votaron alrededor de 8 millones de personas. Ganó la Alianza Iraquí Chiíta Unida; los partidos kurdos fueron segundos.

Tras nueve semanas de negociaciones, el parlamento eligió, a inicios de abril, una presidencia tripartita. El líder kurdo Jalal Talabani conduciría interinamente el Consejo Presidencial, junto a Ghazi Yawer –sunnita– y el hasta entonces ministro de finanzas, Adel Abdul Mahdi –chiíta–; el también chiíta Ibrahim Jaafari, una de las figuras políticas más populares del país, fue designado primer ministro.

Massoud Barzani, líder del Partido Democrático de Kurdistán, juró en junio de 2005 como presidente del Kurdistán iraquí. En julio, una ONG iraquí estimó en 25 mil los civiles iraquíes muertos desde la invasión de 2003.

Un proyecto de Constitución fue aprobado, en agosto, por los representantes kurdos y chiítas, pero no por los sunnitas. En octubre, Saddam Hussein enfrentó cargos por crímenes contra la humanidad. El mismo mes se aprobó la nueva Constitución, que convirtió a Irak en una democracia federal islámica.

En elecciones generales los iraquíes eligieron, en diciembre de 2005, su primer gobierno no interino desde la invasión. El marco de violencia no había disminuido y muchos líderes sunnitas denunciaron irregularidades durante los comicios. En enero de 2006 se anunció el triunfo de la Alianza Iraquí Chiíta Unida –que también había sido victoriosa en la elección de la Asamblea de Transición– aunque no obtuvo la mayoría absoluta.

Entre febrero y abril, continuaron los ataques suicidas contra objetivos chiítas. El 22 de abril, el reelecto presidente Talabani invitó al líder chiíta Nuri al-Maliki a formar el nuevo gobierno. Según la organización Irak Body Count, para mayo de 2006 habían muerto unos 50 mil civiles iraquíes a causa de la intervención militar liderada por EE.UU. Sin embargo, un estudio supervisado por la Universidad Johns Hopkins, publicado en octubre establecía la cifra en 655 mil muertos.

En mayo, Nuri al-Maliki asumió como Primer Ministro, y al mes siguiente presentó ante el Parlamento un plan de reconciliación nacional.

La situación cada vez más inestable del país amenazaba, en agosto, con convertirse en una guerra civil. Aunque esto no quisiera ser admitido por el gobierno de Estados Unidos, otros voceros –entre ellos el embajador británico en Irak, William Paty– veían esta posibilidad, así como la división del país por etnias, como un hecho cada vez más concreto.

En noviembre de 2006, Hussein fue sentenciado a morir en la horca por el asesinato de 148 personas en la ciudad chiíta de Dujai. Ese mismo mes, la derrota de los republicanos en las elecciones para la renovación del parlamento, culminó con la renuncia del ministro de defensa, Donald Rumsfeld, y una serie de especulaciones acerca de un cambio estrategia de Washington con respecto a Irak.

Finalmente, al amanecer de la mañana del 30 de dieciembre Hussein fue ahorcado en secreto, frente a un pequeño número de testigos. Una vez conocida la noticia el gobierno iraquí decretó un toque de queda en varias ciudades para evitar posibles brotes de violencia. Distintos gobiernos y líderes mundiales coincidieron en que la ejecución de Hussein no serviría para pacificar el país.

La organización humanitaria Oxfam, con sede en Reino Unido, dio a conocer un informe, en agosto de 2007, en el que señaló que, debido a la violencia que reinaba en el país, la crisis humanitaria por la que atravesaban casi un tercio de la población estaba siendo olvidada. Según la organización, el 70% de los iraquíes no contaba con acceso al agua potable y sólo 20% de la población accedía a los servicios sanitarios, cifra comparable a la de los países del África subsahariana.