En 3000 a. C., las riberas que los griegos habían denominado Fenicia fueron ocupadas, de acuerdo a los helenos, por grupos provenientes del golfo Pérsico. Entre 3050 a.C. y 2850 a.C., se levantó en Biblos la primera ciudad fenicia. Sus habitantes entablaron relaciones comerciales y religiosas con el Imperio Egipcio a partir del siglo XXV a.C.

El incendio total de Biblos, en 2150 a.C., fue una consecuencia de la invasión de los amoritas (pueblo semítico), quienes reconstruyeron la ciudad e intensificaron los vínculos con Egipto. En el siglo XVIII a.C., nuevos invasores –llamados hiksos (pueblo semítico)– destruyeron el gobierno amorita de Biblos y el reino medio de Egipto (en 1720 a.C.).

Tras desalojar a los hiksos, en 1567 a.C., Egipto inició su expansión imperial. Esto propició, para los fenicios, el desarrollo, de una actividad comercial a gran escala. Bajo custodia egipcia los mercaderes fenicios distribuyeron, regularmente, papiro, marfil, joyas, madera, caballos, seda, etc., entre Oriente y el mar Mediterráneo.

Durante el reinado de Ramses III (1187-56 a.C.), con la invasión a Siria de pueblos de Asia menor y de Europa, la dominación egipcia en Fenicia declinó. Entre la retirada egipcia y el avance de los asirios (siglo X a.C.), la historia de Fenicia fue, principalmente, la historia de la ciudad-Estado de Tiro, que fundó colonias en islas y costas africanas y europeas del mar Mediterráneo. Los fenicios se relacionaron con los griegos, a quienes transmitieron sus artes y su alfabeto en el siglo VIII a.C.

En 538 a.C., los fenicios apoyaron la conquista de los territorios babilonios por parte de los persas, quienes les permitieron comerciar allí con una moneda propia. En el año 332 a.C., tras resistir ocho meses, Tiro se rindió ante el ejército de Alejandro Magno. Éste vendió a los sobrevivientes locales como esclavos.

En el año 64 a.C. Fenicia fue incorporada a la provincia romana de Siria. Durante el período romano, la lengua fenicia murió, y el aramaico, hablado por tribus semíticas llegadas de Oriente, fue adoptado como idioma vernáculo. En ese período, Líbano produjo numerosos escritores en griego, entre quienes se destaca el neo-platónico Porfirio (III a.C.). La Escuela de Leyes de Beirut, que conoció su esplendor en el siglo VI, realizó aportes fundamentales a la jurisprudencia romana.

Entre 608 y 630, persas y bizantinos se disputaron la primacía sobre la región de Líbano y Siria, cuyos habitantes aceptaron, ese último año, la conquista de árabes musulmanes.

La ocupación musulmana propició la introducción de tribus árabes en el sur del territorio libanés. Entretanto, en el norte se asentaron grupos cristianos monotelitas prófugos de Siria, tras ser declarados herejes en 681. Éstos adoptaron la lengua árabe y, junto a campesinos nativos, fundaron la Iglesia maronita. Aunque se rebelaron varias veces contra los musulmanes, los maronitas encontraron, en ellos, protección frente a los permanentes asaltos en Constantinopla hasta principios del siglo XI.

En el curso del siglo XI, los colonos árabes del sur, disidentes del Islam chiíta (seguidores del califa Alí, 656-661) ismaeliano, crearon una religión iniciática que denominaron fe drusa. En los pueblos costeros se arraigó el Islam sunnita (ortodoxo). Asimismo, gran número de cristianos se nuclearon en diversas sectas, tanto en las ciudades como en medios rurales donde, al igual que los maronitas, practicaban el idioma árabe.

Por un lapso de 100 años (entre fines del siglo XI y 1187) los musulmanes perdieron el control de Líbano a manos de la primera cruzada papal. Tras su reconquista, gracias al apoyo de Egipto, los musulmanes lograron repeler ataques de los mongoles. Al finalizar el siglo XIII, Líbano devino parte del Estado mameluco (oligarquía militar) de Egipto y Siria, donde se otorgó cierta autonomía y se promovió la actividad comercial. Esto propició el florecimiento de la ciudad de Trípoli.

Tras derrotar a los mamelucos en 1516-17, el Imperio Turco-Otomano estableció su control sobre Líbano.

Entre los siglos XVI y XVIII, los chiítas se afianzaron en el sur, bajo el control de Damasco (capital de Siria), al igual que la mayoría de los drusos y algunos maronitas. A lo largo del monte Líbano se asentaron cristianos y drusos, quienes gozaron de un estatus semi autónomo y conciliaron sus intereses para consolidar su poder frente a los sunnitas de las costas, dirigidos por burócratas de Istambul. La Trípoli otomana gobernaba el norte del territorio de Líbano.

En 1697, los notables del monte Líbano eligieron un príncipe de la familia sunnita Shihab que gobernó en estrecha colaboración con los dusos hasta 1842. Durante este período los europeos ejercieron en la política libanesa una influencia creciente, al tiempo que los otomanos sufrían, en la década de 1830, el desgaste que provocaban continuos ataques de Egipto. Los comerciantes franceses, instalados en los puertos libaneses, incidieron sobre los maronitas. En 1736, estos últimos se unieron a la Iglesia Católica romana.

A la par de un crecimiento económico sostenido, el siglo XIX trajo cambios sociales y crisis políticas. Los turcos otomanos acabaron, en 1842, con la Dinastía Shihab, deteriorando de manera irreversible las relaciones entre maronitas (que contaban con el apoyo de los franceses) y drusos (ayudados por los ingleses). El desenlace de tal deterioro fue la masacre de los maronitas a manos de los drusos en 1860.

En 1861, los franceses, en conjunto con las autoridades otomanas, impusieron un reglamento orgánico –que prosperó hasta la Primera Guerra Mundial (1914-18)– en el que los otomanos establecían su control directo sobre el monte Líbano.

En 1923, la Liga de las Naciones adjudicó a Francia la administración de Líbano y Siria, donde, de hecho, los galos no habían cesado de ejercer su control. Los primeros 20 años de gestión francesa fueron favorables a los maronitas, quienes representaban la mitad de la población de Líbano. En 1926, los franceses convinieron que el presidente sería un maronita, el primer ministro un sunnita, y el presidente del Senado un chiíta.

Durante los primeros años de gestión de Líbano, los franceses desarrollaron la producción, las comunicaciones y la educación jesuítica. A partir del colapso de la economía mundial, en 1930, entre los grupos religiosos de Líbano crecieron tanto el nacionalismo como las fricciones. El retiro total de las tropas francesas tuvo lugar a fines de 1946. De inmediato, Líbano integró la ONU y la Liga Árabe.

El presidente nacionalista maronita, Bishara al-Khuri, electo en 1943 –año de la declaración de la independencia de Líbano– debió renunciar en 1952. La escalada de violencia, apoyada por el Partido Baas nacional socialista (panárabe) de Siria a partir de 1949, fue producto de favoritismos y negociados corruptos del gobierno de Khuri (aliado a los sunnitas) y de una discutida enmienda constitucional que habilitó un segundo mandato presidencial.

La presidencia del maronita Camille Chamoun, quien fue electo por el parlamento en remplazo de Khuri, coincidía en el tiempo con la de Gamal Abdel Nasser, líder egipcio anti colonialista panárabe. En 1956, cuando éste pretendió expropiar a los británicos el canal de Suez, Chamoun se negó al pedido de Nasser de interrumpir relaciones diplomáticas con los europeos. Las elecciones parlamentarias de 1957 estuvieron marcadas por enfrentamientos entre los partidarios de la integración de Líbano a la Gran Nación árabe y los pro occidentales. El parlamento fue manipulado, a fin de obtener la reelección de Chamoun.

Al año siguiente, los disturbios adquirieron la envergadura de una guerra civil. En julio, Chamoun, a quien los integrantes musulmanes del ejército habían dejado de obedecer, autorizó el desembarco de 10 mil marinos estadounidenses. Éstos permanecieron en Líbano hasta octubre de ese año, cuando el parlamento designó al general Chehab como presidente.

Entre 1958 y 1969, los gobiernos de Chehab y del subsiguiente mandatario Hélou (ambos de arraigo maronita) desconocieron el régimen de representación político-religiosa tradicional y el ejército fue empleado para sofocar el recurso a la violencia por parte de los civiles.

Durante este período, debido a la afluencia de campesinos –que, hasta el momento, representaban la mitad de la población activa– Beirut pasó a albergar a 40% de los habitantes del país. Los campesinos debieron abandonar sus tierras que, por el deteriororo causado por varias décadas de explotación indiscriminada, sólo producían el 11% del PBI. En Beirut, cada barrio se identificó con una afiliación religiosa cuyo sectarismo fue en aumento.

Si bien recibió numerosos palestinos desalojados de sus tierras por Israel, la no intervención de Líbano en la Guerra Árabe- Israelí de 1967 reavivó, en los libaneses, los antagonismos acerca del papel que ocupaba el país en el mundo árabe. Los musulmanes, nucleados en su mayoría en el Movimiento Nacionalista Musulmán Libanés –partidario de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP)– reclamaban la anexión de Líbano a Siria, como ocurría antes de la ocupación francesa.

Tras la Guerra Árabe-Israelí de 1973, 300 mil refugiados palestinos fueron autorizados a establecerse en el sur del territorio libanés. Concentrados en campamentos, entre ese año y 1975 los refugiados fueron objeto de segregación y violencia por parte de falanges maronitas. En varias oportunidades fueron bombardeados por el ejército israelí.

La firma de un acuerdo en setiembre de 1975, por parte de Israel y Egipto, alertó a los palestinos y a los libaneses musulmanes sobre la posibilidad de ser abandonados a su suerte por los países árabes.

En abril de 1975, se desencadenó una guerra civil en el conjunto del territorio libanés. A principios de 1976, como resultado de los enfrentamientos armados que se producían diariamente desde el principio de la guerra civil, el gobierno central estaba disuelto y los maronitas debían aceptar una derrota.

La eventual asunción, en 1976, de un gobierno de izquierda pro palestino en Líbano, así como la posibilidad de una partición del territorio libanés, podrían provocar, según autoridades sirias, una invasión israelí. En consecuencia, el presidente sirio Hafiz al-Assad apoyó la restauración del gobierno maronita y se abstuvo de intervenir en los ataques a los campos de refugiados palestinos realizados entre julio y setiembre por militares maronitas.

Entre setiembre y octubre de 1976, Líbano fue dividido por una «línea verde» que repartió Beirut en las zonas este y oeste, así como el resto del territorio del país a lo largo de la ruta hacia Damasco. La región norte quedó bajo el control del gobierno maronita, cuyo presidente era Elías Sarkis. La región sur pasó a ser administrada, con la participación de druzos, musulmanes y palestinos, por el izquierdista Kamal Jumblat (quien fuera asesinado en marzo de 1977), con la intervención de 30 mil soldados de las fuerzas de paz de la Liga Árabe.

Durante 1978 Siria volvió a dar su apoyo formal a la izquierda libanesa, pro palestina. Para entonces el gobierno estaba liderado por el Partido Falangista, que recibía instrucciones, armas y tropas de Israel. Pese al envío, por parte de la ONU, de un pequeño contingente, Israel no cesó de realizar incursiones terrestres y bombardeos en el sur de Líbano.

La guerra civil fue una catástrofe para los libaneses, que asistieron a la destrucción de Beirut y de la infrastructura del conjunto del país. Entre las miles de bajas registradas en la población civil se contaron 20 mil palestinos. En el lapso 1975-1982, las pérdidas económicas en Líbano fueron casi totales, pero el boom petrolero de esos años favoreció algunos negocios que compensaron, en parte, el déficit.

En julio de 1981, el bombardeo –por parte de las fuerzas israelíes– de un cuartel general de la OLP en Beirut oeste causó la muerte de 300 civiles. Pese a una intervención conciliadora de EE.UU. en junio de 1982, 60 mil efectivos del ejército de Israel invadieron Líbano en un operativo que el gobierno israelí denominó "Paz para Galilea".

A fines de agosto de 1982, la OLP retiró sus tropas de Beirut bajo supervisión de soldados de EE.UU., Francia e Italia. El 15 de setiembre de ese año, en respuesta al asesinato del presidente falangista Bashir Gemayel –candidato único, electo unos días antes–, la ciudad de Beirut fue ocupada en su totalidad por fuerzas militares de Israel. Al día siguiente, las fuerzas libanesas, bajo las órdenes de comandantes israelíes, irrumpieron en los campamentos palestinos de Sabra y Chatila y asesinaron a miles de civiles.

En junio de 1983, el nuevo presidente de Líbano, Amin Gemayel (hermano del anterior presidente y electo en las mismas condiciones), firmó un acuerdo con Israel en que preveía el establecimiento de una «zona de seguridad» (un territorio de 850 km2, vigilado por Israel), en el sur de Líbano.

En julio de 1984, la moneda, contenida en valores relativamente estables desde el comienzo de la guerra en 1975, cayó de manera abrupta y se desató un proceso inflacionario sin precedentes. Ese año, en la balanza de pagos se registró un déficit de 1.500 millones de dólares.

En 1985, el ejército israelí se retiró formalmente de Líbano, a condición de que las milicias cristianas desalojaran a la población musulmana del sur libanés. Los falangistas y los cristianos en general, así como la alianza druso-chiíta y la OLP se fraccionaron entre partidarios y opositores a aceptar el liderazgo de Siria.

En setiembre de 1988, al concluir el mandato de Gemayel, el parlamento no llegó a un acuerdo para seleccionar un nuevo presidente. Pese a continuos reclamos populares para que Selim Al-Hoss ocupara la presidencia, Gemayel designó como primer ministro al general maronita Michel Aoun. El primero gobernó desde la zona oeste de Beirut y el segundo lo hizo desde la región este de la ciudad.

En marzo de 1989, Aoun declaró lo que él llamó «la guerra de liberación», que consistía en acabar con la presencia siria en Líbano. En octubre de ese año, el parlamento libanés se reunió en Arabia Saudita para firmar un acta de reconciliación nacional, que otorgaba más poderes al gabinete de ministros. Asimismo, el acta preveía un número igual de representantes cristianos y musulmanes en el parlamento y el retiro parcial de tropas sirias del territorio libanés. El general Aoun rechazó el acuerdo por considerarlo una «trampa siria».

El 5 de noviembre de ese año, René Moawad –un cristiano maronita proclive a la apertura hacia el mundo árabe– fue elegido presidente por unanimidad. Sin embargo, a 17 días de su designación un coche-bomba acabó con su vida. Dos semanas más tarde, Elías Hrawi, también maronita, fue elegido presidente por el parlamento libanés, reunido en territorio controlado por Siria.

En octubre de 1990, aprovechando la nueva situación creada por la invasión iraquí a Kuwait, las fuerzas respaldadas por Siria iniciaron una ofensiva contra Aoun, quien, tras ser derrotado, solicitó asilo en Francia. En diciembre de ese año, se formó un gobierno de unidad nacional por primera vez desde el inicio de la guerra civil, incorporando a las Fuerzas Libanesas (milicias cristianas), Amal (chiítas), PSP (drusos) y los partidos pro sirios.

En mayo de 1991, en Damasco, los presidentes de Líbano y Siria firmaron un Acuerdo de Hermandad, Cooperación y Coordinación. Siria reconoció la independencia de Líbano. Pese a la oposición de Israel, el acuerdo fue ratificado, por mayoría, en el parlamento.

En julio de ese año, 6 mil soldados del ejército libanés tomaron los territorios del sur del país controlados por la OLP; Israel afirmó que no retiraría sus tropas de la zona de seguridad.

La violencia e inestabilidad política hicieron caer, a mediados de 1992, el gobierno pro-sirio de Omar Karami, quien fue sucedido por Rashid Al Sohl, sunnita moderado. Las elecciones parlamentarias de agosto fueron boicoteadas por los cristianos. El nuevo parlamento incluyó nuevos representantes de Amal y Hezbollah (Partido de Dios, la otra fuerza chiíta, fundada en 1982 con apoyo de Irán para combatir la ocupación israelí en el sur del país).

En octubre, fue nombrado primer ministro Rafiq al-Hariri, un millonario sunnita, nacionalizado saudita.

Mientras la ONU ampliaba su intervención, Hezbollah y el ejército libanés reanudaron sus combates contra las fuerzas israelíes.

En octubre de 1998, la Asamblea Nacional eligió presidente al general Emile Lahoud –quien contaba con el respaldo del ejército y de Siria. Un año después, acosadas por Hezbollah, las tropas israelíes abandonaron el sur de Líbano.

Hariri ganó por amplio margen las elecciones de 2002, lo que forzó a Lahoud –contra su voluntad manifiesta– a nombrarlo primer ministro. En setiembre de 2003 fue sustituido por Omar Karami.

Hariri fue asesinado, en febrero de 2005 en Beirut, mediante la explosión de un coche bomba. Las manifestaciones y disturbios, en protesta, que exigían en retiro de las tropas sirias, luego del asesinato, provocaron la caída del gabinete de Karami. En marzo hubo multitudinarias demostraciones tanto a favor como en contra de Siria. El presidente Lahoud propuso, nuevamente, a Karami para integrar el nuevo gobierno.

Karami renunció –al no poder formar un nuevo gobierno– en abril. Lo sucedió el moderado pro-sirio, Najib Mikati. Ese mes, las fuerzas sirias abandonaron el país, tras 29 años de despliegue, según lo exigido por la ONU.

En las las primeras elecciones después de la retirada de Siria, celebradas en junio de 2005, la alianza anti-siria liderada por Saad al-Hariri, hijo del difunto, tomó el control del parlamento y Fouad Siniora, un sunnita aliado de Hariri, asumió como primer ministro. El líder chiíta pro-sirio Nabih Berri fue reelecto presidente del parlamento.

Un mes después, Saad Hariri se encontró con el presidente sirio, Assad, para buscar un acuerdo que permitiera normalizar las relaciones entre ambos países. En setiembre, dos generales pro-sirios fueron acusados de participar en el asesinato de Rafik Hariri.

El secuestro de dos soldados israelíes por militantes libaneses de Hezbollah sirvió de pretexto para que, en julio de 2006, Israel lanzara ataques aéreos y marítimos contra el sur de Líbano. Tel Aviv declaró su intención de acabar con la resistencia libanesa que gobernaba, en los hechos, el sur del país y eliminar su capacidad de lanzamiento de misiles katiuska contra ciudades del norte israelí.

Mientras varios analistas consideraban que fue un ataque planificado con bastante antelación y conjuntamente por Estados Unidos e Israel, la respuesta de Hezbollah –que llegó a alcanzar un buque israelí con sus misiles– sorprendió a Tel Aviv. Tropas israelíes entraron a Líbano en agosto, mientras aumentaba la presión internacional para un cese inmediato de los ataques.

Un muy precario alto al fuego se logró a mediados de mes. Había más de mil muertos del lado libanés –la gran mayoría civiles– y unos 150 israelíes –mayormente soldados. La economía e infraestructura libanesa sufrieron daños incalculables. En Israel, las pérdidas llegaron a 5 mil millones de dólares. Sin que la invasión lograra ninguno de sus objetivos primarios, cientos de miles de desplazados comenzaron el retorno a sus hogares destruidos.

Luego de la guerra, la fuerza de observación de Naciones Unidas, unos 2 mil efectivos, se transformó a inicios de 2007 en un contingente de 13.600 soldados listos para entrar en combate.