Ya en el siglo XXIV a.C., la región oriental de Arabia, la isla de Dilmun (Bahrain), se había convertido en un pujante lugar de pasaje entre Mesopotamia, Arabia meridional e India. A fines del tercer milenio a.C., Arabia ingresó a la órbita de la civilización asiática occidental; en la parte final del segundo milenio a.C. comenzó el tráfico mercantil de caravanas entre Arabia meridional y la Media Luna Fértil. La domesticación del camello, aproximadamente en el siglo XII a.C., facilitó las travesías por el desierto y dio origen a una sociedad floreciente en Arabia meridional, que se desarrolló en torno al estado de Saba (Sheba). Cuando los pueblos del Mediterráneo aprendieron a sacar ventajas de la periodicidad de los vientos monzones del Océano Índico, prosperaron las relaciones comerciales en la región. Romanos y bizantinos comenzaron a tener un importante intercambio con los puertos norteños del mar Rojo y Arabia meridional, y llegaron incluso más allá de India. En los siglos V y VI d.C., las sucesivas invasiones de los etíopes cristianos y la resistencia de los reyes sasánidas provocaron el desmembramiento de los estados de Arabia meridional.

En el siglo VI, la casa Quraysh, que controlaba el enclave sagrado de La Meca, logró una serie de acuerdos con las tribus del norte y del sur, a cuyo amparo las caravanas se movieron libremente desde la costa de Yemen, en el sur, a La Meca, y de allí al norte, a Bizancio, o al este, a Irak. Pero, además, los miembros de la casa Quraysh de Abd Manaf establecieron pactos con Bizancio, Persia y soberanos de Yemen y Etiopía, promoviendo el comercio fuera de Arabia. En su calidad de señores del templo de La Meca (Kabah), los Quraysh eran conocidos como los Vecinos Protegidos de Alá, y a las tribus en peregrinaje a La Meca se les llamaba los Huéspedes de Alá.

La Kabah, con el agregado de otros cultos, terminó siendo el templo de todos los dioses, el culto de algunos de los cuales tal vez estuvo vinculado a acuerdos políticos entre los Quraysh –adoradores de Alá– y las tribus.

Muhammed (Mahoma) nació en el 570, en la rama hachemita de la casa noble de Abd Manaf. Quedó huérfano muy temprano y por lo tanto tuvo escasa influencia en su clan, pero nunca le faltó la protección del grupo. Se casó con una viuda rica y mejoró su posición como mercader, pero comenzó a dejar su impronta en La Meca predicando la fe monoteísta en Alá. Rechazado por los señores Quraysh, Mahoma buscó infructuosamente la integración a otras tribus, hasta que finalmente logró negociar un pacto con los jefes tribales de Medina por el cual obtenía su protección y se convertía en jefe teocrático y árbitro de la confederación tribal de Medina (ummah). Los Quraysh que lo siguieron fueron conocidos como muhajirun (refugiados o emigrantes), mientras que sus aliados de Medina fueron denominados ansar (seguidores). El calendario musulmán tiene como punto de partida la hijrah (hégira), momento en que Mahoma se traslada a Medina en el 622 d.C.

Los hombres de Mahoma atacaron una caravana Quraysh en el 624 d.C., quebrando así el sistema de seguridad vital establecido por la casa Abd Manaf y dando inicio a las hostilidades contra sus parientes de La Meca. El poder en ascenso de Mahoma quedó demostrado cuando declaró a Medina su enclave sagrado luego de que los Quraysh fracasaron en su intento de apoderarse de la ciudad. Mahoma desbarató la ofensiva de los Quraysh y marchó hacia La Meca. Luego de tomarla (630 d.C.), se convirtió en señor de los dos enclaves sagrados. Pero aun cuando le quitó el poder a algunos señores de la casa Quraysh, su política posterior apuntó a la reconciliación.

Después de la entrada de Mahoma en La Meca, las tribus vinculadas a la casa Quraysh vinieron a negociar con él y a aceptar el Islam, lo cual significó algo más que renunciar a sus deidades locales y adorar exclusivamente a Alá.

En la época de los sucesores de Mahoma, el ímpetu expansionista de las tribus unidas en torno al núcleo de los enclaves sagrados coincidió con la debilidad de Bizancio y la Persia sasánida. Las tribus convocadas en torno a las banderas del Islam lanzaron una carrera de conquistas que prometía satisfacer el mandato de su nueva fe y obtener botines y tierras. Reunieron sus familias y sus ganados y abandonaron la península. Toda Arabia fue afectada por la magnitud de esos movimientos demográficos; en Hadhramaut posiblemente fueron la causa del descuido de las obras de riego que provocó la erosión de tierras fértiles. También en Omán, cuando las tribus árabes desalojaron a la clase dominante persa y afectaron el complejo sistema de riego que esta última había construido.

Las conquistas llegaron a tierras muy lejanas y todo lo obtenido era volcado a las Ciudades Santas (La Meca y Medina). Estas se transformaron en epicentros de una sofisticada cultura árabe. Medina se convirtió en un centro de estudio del Corán, de la evolución de la ley islámica y de los antecedentes históricos. Bajo los califas, sucesores de Mahoma, el Islam comenzó a adquirir su forma característica. Paradójicamente, y durante siglos, muy pocos fueron los cambios experimentados en la vida árabe fuera de las ciudades. Tras la muerte de Mahoma, Omar, el segundo califa, dirigió la conquista árabe. En diez años los árabes ocuparon Siria, Palestina, Egipto y Persia. Con Muawiya, el califato se tornó hereditario en la familia de los ummaias y los árabes se convirtieron en una casta privilegiada que gobernó sobre las naciones conquistadas.

En el siglo VIII, las fronteras del imperio árabe se extendieron desde África del Norte y España, en occidente, a Pakistán y Afganistán en el este. Al trasladarse la capital a Damasco, Siria se convirtió en centro cultural, político y económico del imperio, y allí se sentaron las bases de una nueva cultura, que recogió elementos grecorromanos, persas e indios para fundirlos en un conjunto original en el que las ciencias ocuparon un papel muy importante. Contrariamente a las expectativas de Mahoma, la península arábiga volvió a ser un territorio marginal dentro del enorme imperio, excepto en el plano religioso. La Meca no igualó jamás a Bagdad o Damasco en importancia socioeconómica y cultural, pero continuó siendo el centro del Islam y el destino hacia el cual afluían multitudinarias peregrinaciones de todos los rincones del mundo.

Esta situación permaneció incambiada durante siglos: el imperio se dividió, la capital se trasladó a Bagdad y el árabe se convirtió en la lengua común a las personas cultas, de Portugal hasta la India. Pero en la tierra que fue cuna de todo ese desarrollo nada se había modificado: las tribus nómades continuaban pastoreando sus rebaños, las sedentarias mantuvieron su actividad comercial y las rivalidades entre ellas frecuentemente se dirimían mediante la guerra. Como en la época de Mahoma, el crecimiento demográfico se canalizaba hacia la conquista, con la emigración de comunidades enteras, como los Bani Hilal del siglo XI. La actividad marítima también aumentó, pero eso no cambió sustancialmente el modo de vida de las comunidades árabes, como no lo hizo la dominación egipcia, con Saladino o los mamelucos, ni la conquista otomana del siglo XVI, que se prolongó hasta el siglo XX sin modificar la estructura socioeconómica.

Las provincias de Hidjaz y Asir, sobre el mar Rojo, permanecieron en poder de los otomanos, aunque con razonable autonomía, debido al prestigio religioso de los jerifes de La Meca, descendientes de Mahoma. El interior, con Riyad como centro, se convirtió en el emirato del Najd (Nejed) a fines del siglo XVIII, por obra de la familia Saud apoyada en la secta wahabita (conocida como los «puritanos del Islam»). Un siglo después, con ayuda turca, el clan Rachidi expulsó del poder a Abd al-Raman ibn Saud, que debió exilarse en Kuwait. En 1902, su hijo Abd al-Aziz, nuevamente con apoyo wahabita, organizó una cofradía religioso-militar, la Ikhwan, en la que consiguió encuadrar cerca de 50 mil beduinos para invadir el Najd. Doce años después los sauds derrotaron a los rachidis y anexaron la región de Al-Hasa, sobre el golfo, que estaba bajo dominio directo de los turcos, contra los cuales las fuerzas de Saud lucharon durante la Primera Guerra Mundial. Al terminar la conflagración, Inglaterra –potencia dominante en la región– se encontró en una situación difícil: a cambio de su ayuda contra los turcos, había prometido a Abd al-Aziz ibn Saud garantizar la integridad de su estado; pero por el mismo motivo había prometido a Hussein ibn Alí, jerife de La Meca, hacerlo rey de un Estado que abarcaría Palestina, Jordania, Irak y la península arábiga.

El emir del Najd creyó que los ingleses no cumplirían lo prometido a Hussein: un Estado tan poderoso, que tuviera al frente a la familia del Profeta y como capital la ciudad santa, alteraría cualquier equilibrio regional. Pero cuando en 1924 Hussein se autoproclamó califa (ver historia de Jordania), Abd al-Aziz invadió su territorio, pese a la oposición inglesa, y en enero de 1926 fue proclamado rey del Hidjaz y sultán del Nadj en la gran mezquita de La Meca. En 1932, el «reino del Hidjaz, del Najd y sus dependencias» fue formalmente unificado con el nombre de Arabia Saudita.

En 1930, el monarca concedió permiso a compañías estadounidenses permiso para llevar a cabo actividades de prospección de petróleo. A su muerte, ocurrida en 1953, su hijo Saud dilapidó las rentas del reino provenientes de la Arab-American Oil Company (Aramco) en palacios, harenes, automóviles lujosos y en los casinos de la Riviera francesa. El país estaba al borde de la bancarrota cuando Saud fue derrocado en 1964 por su hermano Faisal, hábil diplomático y también valiente guerrero en las luchas de su padre. Monógamo, religioso y muy austero, Faisal recuperó la economía y comenzó a aplicar parte de los «petrodólares» en ambiciosos programas de desarrollo, aunque sin alterar la pirámide feudal, encabezada por el monarca autócrata. Por debajo de él, los emires gobiernan las provincias, apoyándose en los jefes de tribu y sus ejércitos del desierto. Las otras capas de la población (comerciantes, intelectuales, trabajadores nacionales y extranjeros, soldados, policías y mujeres) no tienen injerencia en el gobierno.

Faisal rechazó de plano a la URSS y todo lo que estuviera teñido de ateísmo, incluso las experiencias socializantes de Nasser en Egipto y el baasismo de Siria e Irak. Pero la estratégica alianza «natural» con EE.UU. comenzó a ser puesta en tela de juicio ante la evidencia del creciente respaldo de ese país a Israel a partir de la guerra de 1967 (Faisal solía decir que su único sueño era poder rezar un día en la mezquita de Omar, en una Jerusalén liberada) y por la rivalidad con el vecino sha de Irán, que también desempeñaba a los ojos de Washington un papel de «gendarme» de la región.

Durante la Guerra Árabe-Israelí de 1973, Faisal apoyó el embargo petrolero a los países que apoyaban a Israel, EE.UU. en primer lugar. La brusca escasez de combustibles creó las condiciones para que la OPEP cuadriplicara el precio del petróleo en pocos meses, inaugurando una nueva era en las relaciones internacionales. Faisal fue asesinado en 1975 por un sobrino, al parecer demente. Lo sucedió en el trono su hermano Khaled, pero la frágil salud de éste hizo que fuese el príncipe heredero Fahd ibn Abdul Asís quien asumiera el real ejercicio del poder.

Los ingresos petroleros, que sumaban 500 millones de dólares al año cuando asumió Faisal en 1964, eran de casi 30 mil millones a su muerte. Nuevas ciudades, hospitales, universidades, carreteras y mezquitas emergieron por doquier. Incluso después de tanta construcción sobraba el dinero. En lugar de planear la producción petrolera en razón de las necesidades del país, lo que hubiera evitado la caída de los precios y el debilitamiento de la OPEP durante la década de 1980, se acumularon fortunas en bancos de Occidente. Así, el país ató su fortuna al mundo capitalista e industrializado. Por añadidura, esto creó un plus de dinero circulante, que los bancos prestaron a países del Sur de forma irresponsable. Esto dio lugar a la crisis de deuda externa de 1984-85, con un incremento en las tasas de interés.

La denuncia de grupos de fundamentalistas contra la presunta traición al Islam de la Dinastía Saudita generó enfrentamientos violentos en 1979. El gradual ascenso al poder de nuevas generaciones de miembros de la familia real, formados en Europa o EE.UU. y no en las escuelas coránicas de las tiendas del desierto, fue visto muchas veces como un alejamiento de las bases teológicas que habían legitimado a la monarquía saudita.

El reino se aproximó aún más a EE.UU. a partir del derrocamiento del sha de Irán en 1979. Tras la muerte del rey Khaled, en 1982, asumió su hermano Fahd, que había sido el arquitecto de la modernización de Arabia Saudita.

Un año antes, Fahd había sido el autor de un plan de paz para el Oriente Medio, aprobado por varios países árabes, la OLP y EE.UU, pero que naufragó ante la oposición de Israel. En él se propugnaba la creación de un Estado palestino con Jerusalén como capital, la retirada israelí de los territorios ocupados y el desmantelamiento de las colonias judías implantadas desde 1967.

El alineamiento saudita con Washington siguió profundizándose mediante fuertes suministros de armamento de guerra y la construcción de bases navales en Jubail y Jiddah. Además, las inversiones y los depósitos bancarios del reino estaban íntimamente vinculados con el funcionamiento de la economía estadounidense.

El plan quinquenal 1985-1990 prometió «una amplia distribución de la renta». Pero tal propósito coincidió con los primeros indicios de dificultades económicas en el reino. En 1984 por primera vez se cerraron con déficit las cuentas del presupuesto estatal, debido a la caída del precio del petróleo. El ministro de Industrias Ghazi Al Gosaibi fue obligado a renunciar por haberse referido en un poema a la corrupción, lo que fue interpretado como indicio de discrepancias quizás profundas entre la familia real y la burguesía saudita.

Durante la guerra entre Irak e Irán (1980-1990), Arabia Saudita respaldó financieramente a Irak, ya que temía una expansión de la Revolución Islámica iraní sobre el Golfo. Fahd cambió su título de rey por el de «Guardián de los Lugares Santos», pero eso no aplacó las protestas de los peregrinos a La Meca, indignados por la alianza entre Riyad y Washington y la comercialización de los santuarios, hoy rodeados de centros comerciales, autopistas y otros símbolos de la cultura occidental. En1987, una marcha de mujeres y mutilados de guerra iraníes en La Meca fue reprimida a balazos por la policía saudita y cientos de peregrinos murieron. Como respuesta fueron asaltadas e incendiadas las embajadas de Arabia Saudita y Kuwait en Teherán. Las relaciones entre ambos países se volvieron sumamente tensas y no se normalizaron hasta 2000, cuando se firmó un tratado de cooperación económica.

En marzo de 1992, Fahd emitió una serie de decretos con la finalidad de descentralizar el poder político. La legislación de 83 artículos, denominada «El sistema básico de gobierno», estableció, entre otras enmiendas, un Consejo Asesor, con facultad para evaluar todos los asuntos de política nacional y la creación del mutawein, o policía religiosa, cuyo mandato es asegurar la observancia de las costumbres islámicas.

La hostilidad de una parte de la población hacia EE.UU. se acentuó y llegó a un punto crítico con el atentado a la base militar estadounidense en la ciudad puerto de El Khobar, en junio de 1996, que dejó un saldo de 19 soldados muertos.

Por razones de salud, Fahd transfirió en 1996 el poder a su hermano Abdullah Ibn Abdul Aziz al-Saud a quien había confirmado como heredero del trono cuatro años atrás.

En setiembre de 2002, el príncipe Saud al Faisal, ministro de Asuntos Exteriores saudí, sugirió que Arabia Saudita permitiría el uso de su territorio para una eventual acción militar contra Irak solamente si tal acción era respaldada por una resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. En octubre la frontera entre Arabia Saudita e Irak se abrió oficialmente por primera vez desde la invasión a Kuwait en 1990.

La invasión estadounidense a Irak en marzo de 2003 tuvo consecuencias catastróficas para el equilibrio en toda la zona del Golfo Pérsico y contribuyó a que se multiplicaran los atentados suicidas en Irak y también en Arabia Saudita.

La explosión de varios coches bomba, en mayo de 2003, dejaron como saldo de más de 30 muertos en una zona residencial de Riyad. En noviembre, otro atentado dejó 17 muertos. La violencia terrorista prosiguió durante 2004 y, en abril, se registró el primer ataque a un edificio oficial saudita, cuando un coche bomba estalló frente a la sede del organismo encargado de la Seguridad General del reino. Un mes después se produjo un enfrentamiento entre agresores identificados como terroristas y fuerzas oficiales sauditas en la ciudad portuaria de Yanboa.

Una serie de ataques terroristas en Riyadh, protagonizados, según se estimó, por miembros de la red al-Qaeda en mayo y junio de 2004, además de generar confusión en el país, derivó en una suba del precio de petróleo, que alcanzó niveles récord. La capital del país fue escenario de violentos ataques contra el Centro Petrolero al-Khobar, la sede de la Organización de Países Árabes Exportadores de Petróleo, además del lujoso hotel Oasis Resort, al que se lo suponía una fortaleza.

El rey Fahd decretó, ese mismo mes, una amnistía para los sospechosos de terrorismo que se entregaran a las autoridades antes del fin de julio. La iniciativa fue anunciada tras la muerte –durante un enfrentamiento con la policía– del líder de al-Qaeda en Riyad, Abdul Aziz al-Muqrin.

En agosto, el gobierno anunció que Arabia Saudita celebraría elecciones municipales a principios de noviembre. Las mismas serían el primer paso hacia una democratización del país tras el ascenso de los monarcas sauditas al poder, 70 años atrás. No se estipuló la edad mínima para votar, ni si habría voto femenino. Los corresponsales extranjeros señalaron que el gobierno aceleró el cambio político bajo presión de EEUU.

En un ataque contra el consulado de EEUU en Jeddah, ciudad ubicada al oeste del país, murieron al menos 7 personas –cuatro de las cuales fueron guardias saudíes que custodiaban la sede diplomática. En enero de 2005 dos explosiones por coche bomba, luego de que militantes intentaran asaltar el Ministerio del Interior en Riyad, fueron atribuidas a al-Qaeda.

Sin la participación de mujeres, en febrero de 2005 se celebraron las anunciadas elecciones municipales. A comienzos de agosto, el rey Fahd murió tras una década de enfermedad, y el príncipe Abdullah, que había estado actuando como regente durante ese tiempo, prestó juramento como nuevo rey y primer ministro y designó como príncipe heredero al ministro de defensa. Entre los mayores desafíos que debía enfrentar, además de la amenaza de los militantes islamistas, estaba la de moderar el gasto desenfrenado de la familia real, en un reino con el desempleo en aumento.

Tras 12 años de negociaciones, en noviembre, Arabia Saudita –el mayor exportador de petróleo del mundo– se transformó en el miembro 149 de la Organización Mundial de Comercio. El ministro de Industria y Comercio, Hashim Yamani, dijo que este era un «punto alto en el programa de reforma económica y estructural que emprendió Arabia Saudita».

Durante un ritual de lapidación realizado en la Meca, en enero de 2006, murieron aplastados más de 360 peregrinos mientras en un otro incidente, otros 70 morían cuando el albergue que los hospedaba colapsó.

El ex-embajador estadounidense en Irak, Zalmay Khalilzad, denunció en julio de 2007 en su columna del período New York Times que Arabia Saudita no sólo no estaba haciendo nada por ayudar a Irak, sino que minaba los esfuerzos que se realizaban para buscar avances en la compleja situación de aquel país. Agregó además que Ryad apoyaba a combatientes sunitas y atacantes suicidas, dándoles paso libre en la frontera con Irak.