La civilización islámica: origen y fundamentos
La península Arábiga, habitada en los primeros
siglos de la era cristiana por beduinos nómades o semisedentarios,
fue el contexto geográfico y humano del que brotaron la
cultura y la civilización islámicas
Se dice que en La Meca, centro de peregrinación, ciudad
de caravanas y núcleo mercantil del mundo medieval nació
Mahoma. Allí la verdad le fue revelada y comenzó
su prédica del Islam hasta que en el 622 -inicio de la
Hégira-, fue a refugiarse bajo peligro de muerte a la ciudad
de Medina, en la cual encontró protección y creó
los fundamentos espirituales e institucionales de la comunidad
musulmana. Los diez años de su vida en Medina y los treinta
que siguieron a la muerte de Mahoma, en que gobernaron los cuatro
califas ortodoxos que le acompañaron en vida (632-661),
son reputados por el sentimiento musulmán como "la
edad de oro" del Islam.
Sostenida por la íntima convicción de su mensaje
y por la fuerza arrolladora de los ejércitos árabes,
la expansión islámica derrotó a los imperios
sasánida y bizantino así como al Occidente del desmembrado
imperio romano e hizo del mundo musulmán un imperio que
encabezó el comercio mundial y edificó una red de
grandes ciudades.
Ciudad islámica e instituciones religiosas
La ciudad islámica es la comunidad de personas que profesan
el Islam. Constituye la umma o nación, en la cual
cada musulmán se reconoce, independientemente de que viva
solo o en grupo y sea ciudadano o campesino, nómade o sedentario.
Una interpretación más acotada la define como Dar
al-Islam, "morada del Islam" y la limita a los países
o grupos urbanos en que rige la ley canónica islámica
y se practican sus formas tradicionales de vida.
El Islam, que significa "sumisión a Dios",
comprende tres instituciones religiosas fundamentales: el Corán,
la Tradición del Profeta (sunna) y las enseñanzas
escritas y orales de los juristas. A través del doble testimonio
de la fe -"No hay más Dios que el Uno y Único"
(Allah); "Mahoma es el mensajero de Dios"-, cuya declaración
confiere la condición de musulmán a todo hombre
de buena voluntad, el Corán proclama su mensaje esencial,
al-tawhid o "Unidad Divina", la cual declara
los derechos del Creador por encima de todas las relatividades
de nuestra existencia terrena y se realiza en la existencia individual
de todo aquel que aproxime lo más posible a Dios sus pensamientos
y acciones. Con ese fin se incita a la lectura del Corán,
a la invocación de los nombres de Dios y a las prácticas
obligatorias de la oración, el ayuno, la limosna y la peregrinación
a La Meca, al menos una vez en la vida.
El Profeta, el "elegido" providencialmente para trasmitir
a los hombres la ley musulmana (la sari'a), encarnó
el modelo de hombre del mundo islámico. La colección
de sus dichos y consejos y hasta de sus actos y gestos fue recogida,
durante el tercer siglo de la Hégira, en los hadits
o "tradiciones", con el fin de facilitar su reproducción
y conocimiento por parte de la comunidad de fieles. Ni el Corán
ni la Sunna, sin embargo, están elaborados como cuerpos
de leyes. Fue labor posterior de los eruditos del Islam la formulación
de un sistema jurídico que rige y divide los actos de los
creyentes en obligatorios, recomendados, permitidos, condenables
y prohibidos, y supone una divergencia entre la jurisprudencia
"sunní", que desaprueba la reflexión personal
y la evolución o adaptabilidad de la ley, y la "si'i",
que las pondera. Una sabiduría que como la musulmana tiende
a introducir la dimensión religiosa en todos los aspectos
de la vida, toma esta divergencia por diferencias de interpretación
que derivan, en última instancia, de la bondad divina.
"Los desacuerdos de los sabios -declara uno de sus proverbios-
son una merced".
Sociedad, comunidad e individuo
Lo esencial de la ciudad islámica es la "combinación
perdurable del esfuerzo desplegado por cada hombre para someterse
a la voluntad del legislador divino y del marco comunal que le
sirve de ayuda y soporte en ese esfuerzo" (J. L. Michon,
1976). El vínculo entre el individuo y el todo social en
el Islam es tan fuerte que la tarea de la redención individual
"engloba ipso facto la sacralización de lo social"
dentro de sus marcos. La salvación de cada cual depende
de los que le rodean tanto como de que las circunstancias le sean
más o menos propicias.
La tradición supone que el propio Mahoma formuló
el principio de la iyma o consenso de los creyentes, el
cual se concreta en la ley musulmana bajo la forma de un estatuto
colectivo llamado "deber de suficiencia". Por él
se eximía a un musulmán de cualquier deber legal
obligatorio si un número suficiente de fieles acuerda suprimírselo.
El individuo, sin embargo, no se disuelve en la comunidad. La
ley del Islam supone que con su conducta un hombre sólo
se compromete a sí mismo y que, en su día, sólo
él comparecerá ante el Juez Supremo para responder
por sus acciones. No obstante, la índole de hombres iguales
ante Dios e idénticamente dependientes y sometidos a las
obligaciones que su ley engendra, ha dado lugar a la definición
de la comunidad musulmana como una "teocracia igualitaria"
(L. Gardet, 1961).
El fuerte sentido de cohesión social que acompañó
el alto grado de integración de las sociedades musulmanas
tradicionales se debe en mucho a los valores socio-religiosos
que orientaron la vida de sus individuos y de sus comunidades.
Gobierno y política: la comunidad islámica
La comunidad establecida en Medina en el siglo I de la Hégira
(s.VII n.e.), fue el prototipo de organización institucional
-derivada de fines religiosos- que rigió en todas las sociedades
tradicionales musulmanas. Llamada inicialmente Yatrib, su nuevo
nombre, al-Madina ("la ciudad por excelencia"), designa
su condición de centro de la umma y sede de la autoridad
y la justicia.
El califa o imán, sucesor del Profeta, unía en
su persona la autoridad espiritual y secular y era el jefe supremo
de la ciudad. Encargado de crear las condiciones para la aplicación
de la ley coránica, de encabezar la Guerra Santa (yihad),
organizar el ejército y garantizar la administración
y la seguridad de los países bajo su dominio, el califa
designaba también, en cada ciudad, a los ministros o visires,
a los gobernadores, los comandantes en jefe, los recaudadores
de impuestos y hasta al cuerpo de policía (surta)
que velaba por el orden y protegía la ciudad de sus enemigos.
La justicia en la sociedad islámica tradicional se derivaba
del mandato divino. Hay referencia a un pacto original por medio
del cual Dios designó vicarios suyos a los que ejercen
la autoridad. A éstos les cabe el deber de proteger a los
fieles como a los últimos el deber de obedecer la autoridad.
Son afines el ideal de justicia platónico y el del Islam:
el orden decretado por Dios sólo prevalecerá allí
donde dirijan hombres virtuosos, que unan a su profundo conocimiento
de la divinidad una elevada cualidad moral y en cuyas manos está
"hacer que los hombres, en esta vida y en este medio disfruten
al máximo la felicidad y las delicias de la vida futura
por medio de instituciones comunitarias fundadas en la justicia
y la confraternidad" (Al-Farabi, s.IV de la Hégira).
Pese a que el ordenamiento jurídico de las ciudades
islámicas tradicionales careció de la autonomía
local y municipal de que gozaron las ciudades europeas medievales,
sus instituciones, orientadas por valores que rechazaban la discriminación
por motivos de raza, religión o condición social,
propiciaron el elevado grado de integración que fue común
en todas las ciudades del mundo musulmán, desde Al-Andalus
hasta la India.
Muestra la flexibilidad y la propensión democrática
de la jurisprudencia islámica el hecho de que sus juristas
aceptaron como fuente de legislación, durante siglos, los
hábitos locales de las diversas ciudades.
La economía en la sociedad medieval
La economía en las ciudades tradicionales musulmanas
se regía por un sistema corporativo que integraba a los
hombres dedicados a la producción, la distribución
y los servicios, ya se desempeñasen como propietarios u
obreros, trabajadores a domicilio, por cuenta propia o empleados
del gobierno, ya fueran "gentes de alta o baja condición,
musulmanes, cristianos y judíos, nativos o extranjeros
naturalizados, todos pertenecían al sistema corporativo"
(Yusuf Ibish, 1976). En las corporaciones se agrupaba la población
urbana según sus oficios, así que las había
de artesanos, de mercaderes, de subastadores, prestamistas, músicos,
cantantes, narradores transportistas y marineros.
Los miembros de cada corporación se consideraban a la
vez como miembros de la comunidad de creyentes a cuyo servicio
se acreditaba especialmente la eficiencia en la profesión
u oficio, que se adquiría por medio de un arduo trabajo
supervisado por un maestro (sayj) conectado a su vez a
la cadena de maestros de la corporación, que se enlazaba
sucesivamente a las de otras, a los Santos Patronos y aún
hasta al Profeta.
Las corporaciones se estructuraban según un sistema
conceptual y ritual trasmitido oralmente de generación
en generación y estrechamente vinculado a las órdenes
sufíes (logias islámicas). A la aceptación
de un joven como aprendiz de un taller seguía la recitación
de la primera azora (capítulo) del Corán
ante los maestros de la corporación y un período
de años de trabajo cuya nula o baja remuneración
se compensaba con la idea de que era ese el medio de aprender
y de integrarse socialmente a la comunidad.
Una ramita de albahaca entregada por orden del maestro al joven
aprendiz indicaba llegada la hora de su iniciación. La
ceremonia, celebrada en casa de un maestro o en algún jardín
de la ciudad, contaba con una nutrida y noble concurrencia que
ejecutaba ritos religiosos y ceremoniales a cuyo término
se convertía al joven en miembro de la hermandad, bajo
las notas de una exclamación ritual de alegría en
la que convergían diversas tradiciones: "Lluevan las
bendiciones sobre Jesús, Moisés y los que se embellecen
los ojos con antimonio (*), pues quién nos podrá
perjudicar!" (Yusuf Ibish, p.152). La iniciación terminaba
con un comida sencilla denominada tamliha (ensalada) que
recordaba el doble valor de la sal, nexo entre los que la comparten
y símbolo de artesanos (conocidos como "la sal de
los bazares" por su condición de núcleo principal
entre los que se ganan la vida con sudor y paciencia).
El iniciado se integraba a su corporación y, por medio
de ella, a la umma. Con los años, la elaboración
de una obra maestra como muestra refinada de su arte podía
elevar al artesano al cargo de maestro. Mencionemos de paso que
en el islamismo sufí la artesanía era sinónimo
de arte y a la vez, un medio de realización espiritual
que modelaba "una imagen del trabajo que un hombre que aspira
a la contemplación de las realidades divinas debe realizar
consigo mismo y sobre su alma, que entonces representa el papel
de un tosco material, desordenado y amorfo, pero potencialmente
noble". (T. Burckhardt, 1976).
Educación e instrucción religiosa
La educación musulmana, iniciada en los tiempos del
Profeta en La Meca, fue irradiada en lo fundamental desde la institución
de la mezquita y tuvo como contenido la sari'a o ley islámica,
cuyo aprendizaje era un "deber de suficiencia" para
la comunidad islámica. La más alta distinción
en el Islam era alcanzar el "saber" -al-'ilm-
o conocimiento de la ley revelada. La memoria era una cualidad
tan ponderada en esta enseñanza que su ideal, el título
de hafiz, se concedía a quien aprendiese el Corán
de memoria.
La instrucción religiosa fue uno de los elementos que
garantizaron la supervivencia de la civilización islámica.
Un ciudadano de cultura media podía ejercer una función
consultiva en el interior de la comunidad, dirigir las oraciones
y practicar el mandato coránico. Con el tiempo, la instrucción
religiosa se fue diferenciando de la educación propiamente
dicha.
El primer siglo de la Hégira, dedicado a la conquista
militar y al establecimiento de la autoridad política del
Islam, no produjo un desarrollo significativo de la educación
islámica. Pero a partir del siglo II -en que se extendió
la mezquita como institución de enseñanza en los
territorios ocupados- y sobre todo del III -en que una generación
de juristas, teólogos y lingüistas se afanaban por
preservar la lengua y las tradiciones de una civilización
que se había extendido por muy diversos espacios culturales-,
la educación pasó a primer plano.
Durante los siglos III y IV, en los que la mezquita fungía
como una virtual universidad pública, centro de culto y
reunión social, aparecieron la institución del colegio
o escuela elemental (kultab) y las "casas de sabiduría"
o "de ciencia", dedicadas exclusivamente a actividades
académicas. En el siglo V aparece la escuela superior o
madrasa, patrocinada por el estado, que fue desde entonces
el rector de la enseñanza en el mundo musulmán.
Hacia el siglo IX era indispensable egresar de una madrasa para
ocupar un puesto gubernamental.
No sólo la adquisición del saber -que es el modo
de discernimiento entre lo prohibido y lo loable-, sino su transmisión,
deviene en el Islam una obligación religiosa que lo convierte
en antecedente histórico del esfuerzo por la democratización
de la enseñanza. "La sociedad islámica repudia
al álim (sabio) que evita trasmitir su sabiduría
a los demás".
El Islam ha defendido la libertad de pensamiento, y reconocido
los límites de la razón. Ella no puede cuestionar
ni la unidad divina ni la veracidad del mensaje de Mahoma. Desde
su punto de vista la razón puede ser innata -cuando es
un don divino- y adquirida -cuando es resultado del esfuerzo individual
y la experiencia-. De lo más valioso en el Islam es su
reconocimiento de la naturaleza práctica del pensamiento
y la educación, evidenciada en una tradición atribuida
al Profeta: "Adquirid toda la sabiduría que podáis!
Pero Dios no os compensará (todo lo que hayáis aprendido)
hasta que traduzcáis vuestro saber en obras!".
Moral y familia en la cultura islámica
La moral que regulaba la conducta de la comunidad islámica
tradicional se derivaba de la eticidad contenida en el Corán
y en la tradición del Profeta. Según éstas,
ordenar el bien y prohibir el mal son un mandato divino. Todo
musulmán tiene, en consecuencia, la obligación de
denunciar los actos contrarios al mismo. La tradición establecía
las normas de cortesía, los gestos y palabras del saludo,
las felicitaciones para los buenos momentos y los consuelos para
las pruebas de la vida. Establecía también los preceptos
de todo comportamiento, entre ellos, el uso de atuendos tradicionales
y del turbante como símbolo de la dignidad del creyente
y de su alianza con el cielo.
El cumplimiento de la moral musulmana fue una función
jurídicamente establecida en la comunidad islámica,
y conferida en la jerarquía ciudadana al almotacen o zabazoque,
responsable de la aplicación de los valores éticos
a la práctica de la vida cotidiana. Inspeccionaba los pesos
y medidas del mercado, la equidad en las transacciones comerciales,
la calificación de las profesiones y era árbitro
de las disputas habidas entre patronos y empleados.
La comunidad islámica tradicional estableció
por derecho divino la naturaleza patriarcal de la familia musulmana.
Significa la autoridad del padre o del abuelo sobre el colectivo
familiar y la del marido sobre la esposa, que se deriva de la
ley coránica según la cual "los hombres tienen
autoridad sobre las mujeres en virtud de la preferencia que Dios
ha dado a unos más que a otros y de los bienes que gastan".
El status atribuido por la tradición islámica
a las mujeres de su comunidad ha afectado su posición frente
al matrimonio, al divorcio, al derecho de herencia y al de prestación
de testimonio, aunque se ha afirmado que ese status se deriva
menos de la ley coránica propiamente dicha que de sus interpretaciones.
(*) Costumbre que distinguía a los árabes por
antonomasia. Cf. Lévi-Provencal, España Musulmana.
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