Los celtas, tenaces y misteriosos
Tanto a través del lente del Cristianismo, de la saga
del Rey Arturo, de las piedras paganas de Stonehenge o
de los ritmos musicales ondulantes, los rastros de la cultura
celta dan prueba de su pasado vigor. Los intereses actuales contrastan
con el sendero un tanto esquivo que la cultura celta ha seguido
durante cuatro mil años. Pensar en runas, dólmenes
y gaitas es trazar las huellas de una civilización que
dominó durante mil años una vasta commonwealth paneuropea.
La importancia de su lugar en el desarrollo cultural, lingüístico
y artístico de Europa se está redescubriendo recién
ahora.
Desde Anatolia hasta las Islas Británicas, desde Transilvania
al norte de España, han dejado los celtas testimonio
de su paso. Según evidencia arqueológica,
sus orígenes hay que encontrarlos en las fuentes del río
Danubio y datan de hace unos 35 siglos. Su nombre genérico
aparece en documentos romanos como celtae (derivado de keltoi,
la denominación que Herodoto (siglo IV a.C.) y otros
escritores griegos dieran a este pueblo), galatae o galli. Etimológicamente
la palabra “celt” parece haberse originado en la sílaba
kal –también escrita gal o cal- lo que evoca cierta
condición de la dureza. Calath significa duro en irlandés
antiguo, lo mismo que calet en bretón.
La expansión de los celtas por el resto de Europa
fue un proceso lento, que experimentó fases de apogeo y
decadencia. Durante el primer milenio a. C. se extendieron progresivamente
hacia el oeste (llegando a las islas Británicas, Francia
y la Península Ibérica), hacia el este (Rumania
y los Cárpatos) y hacia el sur (Italia, Grecia y Anatolia).
En el año 390 antes de Cristo saquearon Roma y llegaron
a asentarse en el norte de Italia, creando la llamada Galia Cisalpina.
Durante el apogeo de su civilización (alrededor del año
100 antes de Cristo), los celtas controlaban un amplio
territorio que comprendía casi toda Europa occidental.
La expansión de los celtas por el resto de Europa
fue un proceso lento, que experimentó fases de apogeo y
decadencia. Durante el primer milenio a. C. se extendieron progresivamente
hacia el oeste (llegando a las islas Británicas, Francia
y la Península Ibérica), hacia el este (Rumania
y los Cárpatos) y hacia el sur (Italia, Grecia y Anatolia).
En el año 390 antes de Cristo saquearon Roma y llegaron
a asentarse en el norte de Italia, creando la llamada Galia Cisalpina.
Durante el apogeo de su civilización (alrededor del año
100 antes de Cristo), los celtas controlaban un amplio
territorio que comprendía casi toda Europa occidental.
Las doble presión de las tribus germánicas y
del Imperio Romano comenzó a hacerse sentir y la “civilización
celta” empezó a disolverse. La mayor parte de Europa
Occidental fue romanizada, excepto Irlanda, donde los celtas
mantuvieron un enclave estable. La lengua se mantuvo intacta durante
siglos, ya que el mar la protegía de los invasores romanos.
Algunas comunidades celtas en Bretaña fueron forzadas
a escapar a lugares que fueran menos accesibles para los romanos:
Cornualles, Gales Occidental y las regiones montañosas
de Escocia. La mayoría, sin embargo, se instaló
en la Península Ibérica del Noreste (Galicia, Asturias,
Tras-os-Montes, en Portugal del Norte). En algunos lugares de
Iberia Occidental estas comunidades celtas se mezclaron
con la población local y fueron conocidos como celto-ibéricos.
Practicaron tácticas de guerrilla que durante siglos mantuvieron
a los romanos a raya. Finalmente, la mayor parte de España
y Portugal fue romanizada y el latín reemplazó las
lenguas pre-románicas (sin contar el vasco).
Piezas de un rompecabezas
La lengua celta es de origen indoeuropeo, y desde el punto
de visto geográfico e histórico se divide en dos
ramas. El celta continental estaba representado exclusivamente
por el galo, y desapareció completamente de Galia–la
región donde era hablado- cuando los romanos conquistaron
e impusieron el latín. El celta insular se subdividía
en inglés/britónico (que incluye bretón,
hablado en Bretaña, córnico y galés) y gaélico,
que cubre las variantes de irlandés, gaélico-escocés
y manés (dialecto de la Isla de Man). La escasez de fuentes
también ha entorpecido el estudio de la mitología
y la religión celtas. Los relatos contados por historiadores
griegos como Herodoto, Hecataeo y Diodoro
(siglo V a.C.), y por escritores romanos como Julio César,
Tito Livio y Estrabón (siglo I a.C.) son
una fuente de información adicional.
Las historias celtas, las leyes y leyendas, se guardaron
vivas en relatos, canciones y versos hasta las primeras transcripciones
en lengua escrita, realizadas en la Edad Media. Aunque la tradición
oral se remonta sólo al siglo VI d.C. y lleva la marca
de un mundo que estaba siendo conquistado por la Cristiandad,
las tempranas escrituras de los celtas insulares arrojan
luz sobre el pasado mitológico de la antigua Irlanda y
Bretaña. En esta literatura los eruditos han hallado las
huellas de la Great Mother (Gran Madre), una poderosa diosa
celta que fue borrada por el Dios patriarcal cristiano y el “hijo
de María” (Jesucristo). La decadencia del culto a
la Gran Madre puede verse incluso en el cuento cristiano del Santo
Grial contenido en la leyenda del Rey Arturo. Esta idea revisionista
se ha popularizado gracias a The mists of Avalon (Las nieblas
de Avalon) una película de 2001 basada en el libro de Marion
Zimmer Bradley.
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