Sociedad


La palabra “fundamentalismo” ha llegado a ser considerada sinónimo de extremismo religioso. Sus orígenes, sin embargo, fueron mucho más específicos, y el término no siempre estuvo cargado de tantas connotaciones negativas.

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Una noción evasiva, un fenómeno global

Pocos términos generan más confusión, actualmente, que el término "fundamentalismo", que comparece en prensa y medios automáticamente aunado a los adjetivos "religioso" e "islámico". La capacidad expansiva del término lo ha vinculado a otros movimientos, como las reiteradas acusaciones realizadas al gobierno de India de ser "fundamentalista hindú" o libros sobre el "fundamentalismo judío". En rigor, la palabra, de cuño intrínsecamente cristiano, milenarista y decimonónico nació en las primeras décadas del siglo XX. Los orígenes del movimiento están en los milenaristas, evangelistas protestantes que en el siglo XIX predicaban la llegada del milenio, o sea los mil años de reino de Cristo. Pero el nombre saltó a la palestra a través de una serie de publicaciones del movimiento, que entre 1910 y 1915, siempre en Estados Unidos, tomaron como título Los Fundamentos. Para este movimiento, cinco eran los "fundamentos" de la fe: 1) literalidad e infalibilidad de las Escrituras 2) concepción virginal 3) expiación a través de las obras 4) resurrección corporal 5) autenticidad de los milagros.

El fundamentalismo se institucionalizó entre 1919 y 1920; contaba con fuerte apoyo y adherentes en altos círculos sociales y gubernamentales, y reaccionó de forma militante contra la modernización tanto secular como religiosa. El fundamentalismo encontró su detonante en la propagación de las ideas evolucionistas de Charles Darwin, que entraban en directo conflicto con la literalidad del Génesis bíblico. También reaccionó fuertemente contra el ateísmo de los pensadores y sindicalistas anarquistas, socialistas y comunistas. En la actualidad, el movimiento todavía cuenta con fuerte presencia en numerosos cuerpos eclesiásticos, instituciones educativas y organizaciones especialmente destinadas a difundir su fe y unos 30 millones de adherentes sólo en Estados Unidos.

Fundamentalismo y estado

Fue a comienzos del siglo XX que surgieron distintos movimientos islámicos como reacción a la modernización y occidentalización de su cultura y también como resistencia al colonialismo. La prédica del retorno al esplendor y poder de la civilización islámica se confundió con la convicción de que el declive de ésta había sido motivado en el abandono de las viejas costumbres. La tendencia restauradora minoritaria fue la reformista o "evolucionista", conocida como salafiyya, que considera que la sharia (código normativo islámico) debe ser interpretada y adaptada de acuerdo a la coyuntura contemporánea a través del esfuerzo de interpretación o idjtihad. La tendencia mayoritaria, conocida como conservadora o "fundamentalista", aboga por el retorno a las raíces del Islam y rechaza la interpretación de la sharia, normativa que debe aplicarse, según esta tendencia, de forma literal.

Distintos grupos islamistas abogan por la creación de un estado islámico, si bien difieren tanto en las estructuras que deberían conformar el mismo como también en las estrategias para alcanzarlos. Hay grupos que abogan por la violencia y entienden, asimismo, que la sharia tiene que ser impuesta verticalmente, desde la cúspide del poder a toda la sociedad. Hay otros que han entendido que es preciso esperar para que gradualmente la sociedad se islamice. Algunos grupos están abiertos al diálogo político, otros rechazan todo compromiso con los regímenes de los respectivos países.

Una reacción de doble filo respecto a la secularización es apreciable dentro de la religión judía. De hecho, la fundación del Estado de Israel fue amparada en una ideología secular, el sionismo, que viera origen en el siglo XIX y se cimentara en el libro de Theodor Herzl, El Estado Judío. Además de abogar por un estado propio para los judíos, el sionismo procuró asimilarlos culturalmente a los europeos "gentiles" (es decir, aquellos que no participan de la fe judaica). Tanto en Israel como en las comunidades judías de la diáspora, existen grupos nacionalistas-religiosos y también los hay que consideran el Estado de Israel como una nueva diáspora, cuando no plena usurpación, y predican el quietismo, ya que la "verdadera" tierra de Israel será otorgada recién tras el advenimiento del Mesías. Junto a las Tablas de la Ley del Antiguo Testamento, el Talmud es el código sacro del cual buena parte de los fundamentalistas judíos extraen las normas que rigen sus vidas.
Pero es indisputable que, si bien algunos de estos grupos en las tres religiones abrahámicas reivindican la literalidad de los textos sagrados, esta misma ya está marcada por la interpretación. Interpretaciones son, en sí mismas, las distintas traducciones que han hecho al protestantismo (que se escindió del catolicismo reivindicando la libre interpretación) y también las de los mismos mulahs que reivindican la literalidad del Corán, este sí, texto que no admite autoridad de traducciones. Si bien dentro del fundamentalismo judío hay literalistas, hay también quienes han buscado un segundo significado a estos textos para justificar la colonización de Palestina.

Si repetidamente se ha cuestionado la aplicabilidad del término "fundamentalismo" a estos movimientos de las otras dos religiones abrahámicas, lo cierto es que ha sido incluso más debatida la pertinencia del término a los movimientos que favorecen la recuperación y estatización de las religiones brahmánicas en India. En primer lugar, los vedas, textos sagrados, son textos no canonizados por una autoridad, y cuya misma prosodia alienta la interpretación o búsqueda de sentidos más amplios. Esta diversidad ha propiciado cultos brahmánicos en extremos divergentes; desde un punto de vista de la diversidad "hindú" se puede percibir a las tres religiones abrahámicas como sectas de la misma religión.

Bases para una definición del término

De todos modos, tratando de dar cuenta de un fenómeno que comparte rasgos en distintos lugares del mundo, en sentido amplio, el término fundamentalismo daría cuenta de una forma moderna de religión politizada a través de la cual los "verdaderos creyentes" resisten la marginación de la religión en sus respectivas sociedades. Todas las variantes compartirían su resistencia, cuando no declarada hostilidad, a la secularización, y buscan reestructurar las relaciones e instituciones sociales y culturales según los preceptos y normas tradicionales. Algunos buscan combatir el secularismo a través de escuelas, prensa, academias; otros ingresan a la arena política y otros abandonan la política convencional y el marco jurídico, y practican la violencia y la guerra religiosa para intimidar o derrocar gobiernos. Hay quienes trazan una distinción entre "restauradores de la fe" y "fundamentalistas"; los primeros serían devotos pero apolíticos, y no pretenderían forzar la conversión de los demás; los segundos serían aquellos que pretenden cambiar la conducta tanto de aquellos que comparten su fe como de aquellos que no la comparten. En este sentido, habría que entender que el "fundamentalismo genuino" es a la vez religioso y político; entiende que las circunstancias le exigen actuar políticamente (tal vez de forma violenta) a fin de cumplir con sus obligaciones religiosas.

Fundamentalismo y globalización

Si se lo toma como un parámetro de pensamiento y conducta religioso-político aplicable a distintas culturas y no como un conjunto específico de creencias, rituales o prácticas religiosas, se puede encontrar fundamentalistas en toda religión histórica que tenga escrituras sagradas y preceptos básicos. En este sentido, los fundamentalistas son conservadores militantes, para quienes el mundo es un campo de batalla entre el bien absoluto y el mal absoluto. Son guerreros, en espíritu y muchas veces en la carne, que se oponen tanto a los no creyentes como a quienes dudan, dentro de su propia comunidad religiosa. Sin importar su procedencia, los distintos fundamentalismos estarían hermanados en el hecho de rechazar la sustitución de la divinidad, y la ley divina, por la razón humana y principios políticos seculares como base del orden social y legal. Si bien esta sustitución se dio en Occidente, no sin violencia, pero a partir de ideas occidentales, lo cierto es que en otras zonas, como en el mundo islámico, se dio a través de la colonización y el imperio. Por ejemplo, los islamistas consideran que fueron extranjeros e infieles los que convirtieron a sus hermanos, hermanas e hijos a las costumbres "ateas".
También los vincula el hecho de considerar que sus respectivas religiones son superiores a las demás, su rechazo al pluralismo, y su respectiva convicción en la superioridad de su fe. A sus ojos, el hecho de ser portadores de la luz o revelación los obliga a entablar un "combate cósmico" contra el mal. Hay analistas que entienden que el marco donde debe ubicarse este combate es la mundialización: según esta visión, la globalización (que en buena medida implica la entronización de valores seculares de Occidente) acarrea consigo las semillas de la reacción. Esta reacción contra el proceso global de secularización sería la causa de una "resacralización" que, en muchos casos, toma formas fundamentalistas.

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