La Tierra y los Pueblos


Por más que la ONU fue creada bajo el lema “Nosotros los Pueblos”, lo cierto es que en el último medio siglo innumerables pueblos han carecido de voz y representación dentro de la comunidad internacional, y esto se debe, en gran medida, a que la membresía de la ONU se basó en la representación de estados-naciones.

La novedad del estado-nación

Para comenzar a atacar el problema es preciso recordar que los estados-naciones son una conformación jurídica derivada del nacionalismo, ideología que, a su turno, cobrara forma en el siglo XVIII, en Occidente. Recién a fines de esa centuria comenzó a considerarse que la civilización estaba determinada por la nacionalidad y que, por este principio, cada individuo debía ser educado en su lengua materna y no en otras de diferentes civilizaciones o épocas (como el griego y el latín). Las primeras manifestaciones decisivas de esta ideología, en lo político, fueron la revolución de las colonias que firmaron la constitución de Estados Unidos de América y la Revolución Francesa. Tras ser agente activo de la emancipación del resto de las colonias americanas a inicios del siglo siguiente, el nacionalismo penetró la parte central de Europa, primero, y luego la oriental.

En la primera mitad del siglo XX, alimentó levantamientos y luchas anticoloniales a lo largo y ancho de África y Asia. En el contexto de la política mundial, el nacionalismo implicó la identificación del estado y la nación con el pueblo (o cuando menos la voluntad de determinar el tamaño del estado según principios etnográficos). Pero, a pesar de que, en busca de legitimación, este modelo ha pretendido homologar prácticas previas (es decir, emparentarse con modos de organización política que lo precedieron), lo cierto es que el nacionalismo ni siquiera fue importante para la administración política de Occidente en el primer milenio y medio de la era cristiana.

Tras la caída del Imperio Romano, el ideal de gobierno era el estado terrenal universal, basado en la república o comunidad cristiana. Antes de la edad de los nacionalismos, las lealtades políticas eran determinadas por formas de organización distintas de la nacionalidad, fueran éstas la ciudad-estado, el feudo y su señor, el reino dinástico, grupos religiosos o sectas. Durante la Edad Media, por ejemplo, la civilización era determinada por la religión: las distintas nacionalidades, y sus respectivas lenguas, remitían a una civilización de pertenencia, sea el Cristianismo o el Islam, y a lenguas de civilización, como el latín, el griego, el árabe o el farsi. Incluso en el Clasicismo, la cultura (entendida como modelo de civilización) francesa fue aceptada a lo largo y ancho de Europa como válida para todas las nacionalidades.

La máquina de excluir pueblos

Los proyectos nacionales, ya desde sus primeras manifestaciones en América -tanto la "sajona" como la "latina"- se convirtieron en máquinas de exclusión. Los criollos modelaron nación y estado de acuerdo a lenguas y culturas europeas. Dentro de las premisas de este orden jurídico-político, la lealtad y devoción del individuo hacia el estado-nación trasciende cualquier otro tipo de intereses individuales o grupales. Así, ya en sus primeras inflexiones americanas, las culturas dominantes procuraron la uniformidad en todos los aspectos de la vida, incluyendo vestimenta, religión, lenguaje o música, despreciando y combatiendo todo lo diferente. Cuando los grupos hegemónicos no consiguieron sus propósitos de establecer una sociedad uniforme mediante la persuasión y la propaganda, la impusieron por la fuerza.

Fue a partir de políticas sistemáticas de exclusión y exterminio de los pueblos indígenas que se fijaron las fronteras definitivas de los estados americanos. Las tensiones sociales generadas por el modelo se actualizan hasta el presente con las reivindicaciones de pueblos indígenas en todo el continente americano (para citar apenas algunos ejemplos, los movimientos de los mapuche en Chile, de los indígenas de Bolivia, Ecuador o Guatemala, defendiendo su diferencia cultural y mejores condiciones de vida, o del pueblo Lakota en Estados Unidos, reclamando su derecho a la autodeterminación). Más aún, la tensión dentro de este paradigma es verificable incluso en otros aspectos de una sociedad integradora: así, dejando de lado la marginación absoluta que ha hecho de sus pueblos originarios, reducidos en reservaciones, un país multiétnico como Estados Unidos, cuyo lema es la integración de diferencias (e pluribus unum, es decir, "de muchos, uno") hasta el día de hoy presiona a sus minorías para que se "fundan" con la cultura hegemónica y hagan suyos el patriotismo estadounidense y sus ambiciones globales.

De la purga a la descolonización

El modelo de estado-nación se impuso no sin trauma y genocidio en Europa. Con la retirada de los distintos imperios transeuropeos, desde el Austro-Húngaro hasta el Otomano, distintas nacionalidades reivindicaron su derecho a la autodeterminación e independencia. Esto, entre otras cosas, llevó a movimientos independentistas en Irlanda o Cerdeña, revitalización del separatismo vasco y catalán y a la violenta fragmentación de los Balcanes que prendió la mecha para la Primera Guerra Mundial (y que todavía en nuestros días, tras la retirada del Imperio Soviético, se reactivó con la guerra de la ex Yugoslavia y de los kosovares en Albania). La violencia del proceso sería catalizada a un punto hasta entonces no imaginable en Europa durante la Segunda Guerra Mundial, con el genocidio de judíos y gitanos. Se puede afirmar que estas minorías fueron los "indios americanos del nacionalismo europeo".

Tras la Segunda Guerra Mundial, la retirada de las metrópolis dividió África y Asia a través del proceso conocido como "descolonización", con fronteras muchas veces arbitrarias y delimitadas por las potencias en fuga. El arquetipo del estado-nación estaba suficientemente afianzado y los territorios de estos continentes debieron, de improviso, adaptarse a este modelo impuesto por la modernidad occidental. La ruptura de sus estructuras sociales tradicionales, la imposición de la organización del estado, desembocó en la infinidad de conflictos étnicos y religiosos que en África han volatilizado países (por citar apenas algunos, Somalia, Sudán, Rwanda). En Asia, con sólo recordar algunos conflictos, como los movimientos separatistas en Indonesia o en Sri Lanka, el pie de guerra permanente en que se encuentran potencias nucleares como India (con varios presidentes asesinados por conflictos de minorías) y Pakistán, la disolución del Kurdistán en cuatro repúblicas donde los kurdos son minoría, o las tensiones cada vez más explosivas entre Myanmar y Tailandia, se hace evidente que la imposición del modelo ha comportado, por sobre todo, violencia.

La lógica de las minorías

El estado-nación, como paradigma político, implica la generación sistemática de minorías, que son aquellas comunidades marginadas política, económica o culturalmente del modelo hegemónico. Los estados-nación son primordialmente monoétnicos (es decir, privilegian la cultura de una etnia). Estas minorías, en muchos casos, no son estadísticamente minoritarias; a veces los más populosos, como en Bosnia, son los relegados. Por otra parte, también los estados que han intentado prescindir, al menos a nivel superficial, de la ideología nacional, como por ejemplo el caso de la Unión Soviética (que suscribió a una ideología trasnacional, como el socialismo) no han hecho más que "tapar" temporalmente la tensión étnica derivada de la violencia con que se impuso el modelo.

Comunidad versus territorio

Una lengua, un territorio, una cultura. Esta homologación, que está en la base del estado-nación y en la raíz de buena parte de la violencia de los últimos dos siglos, merece ser repensada. Acaso las nuevas tecnologías, en la actualidad, estén propiciando un nuevo tipo de entendimiento. Tal el caso de las comunidades virtuales, organizadas a través de foros, chats y grupos de discusión de Internet. El mundo virtual, que se encuentra de por sí "desterritorializado" propicia la coparticipación de individuos que habitan diversos rincones del planeta, de múltiples lenguas y culturas. Acaso en un futuro no demasiado lejano sea ése el "lugar" o "lengua de civilización" donde muchos de los actuales conflictos encuentren resolución.

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